– 31 de enero de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

En el evangelio de este domingo San Marcos (1, 21-28) nos convoca a una lectura que nos llama al asombro y la coherencia; Jesús, actuando en consonancia con la buena noticia que anuncia, muestra su sabiduría divina y demuestra con hechos su autoridad. Al curar al poseso de “un espíritu inmundo”, lo que corresponde a un exorcismo, muestra su poder y autoridad. Pero el acento lo pone el Evangelista en la autoridad; algo nuevo para los testigos, que perciben no solamente el don extraordinario sino la convicción que posee el mismo Jesús, convicción de la que ellos mismos participan.

Hay gran diferencia entre un profeta auténtico y un falso profeta; ya Moisés había anunciado la llegada de un Profeta de su misma categoría. Po otra parte, la duda sobre la autenticidad del carisma de Jesús podría atraerle, como ocurrió, la pena de muerte prescrita para los falsos profetas (Deuteronomio 18, 15-20). – Ordinariamente, en la tradición bíblica, el profeta no posee la palabra, sino que la palabra lo posee, es Dios quien habla en él y por él. -Pero nosotros sabemos que Jesús es más que un profeta: El es la Palabra de Dios hecha carne. Muchas veces el presentimiento popular, que en las cosas de Dios y de la Fe constituye una base sólida que va más allá del mero sentimiento o sentimentalismo, se presenta como base y prueba de la inspiración divina, en este caso, en sentido ascendente: desde la base del Pueblo fiel que se orienta al Creador, que lo inspira y bendice con sus dones.

En su carta magisterial (I Corintios 7, 32-35), San Pablo fundamenta la consagración a Dios y a su obra evangelizadora en cuerpo y alma con la asunción de la castidad consagrada como estado preferible para este oficio y vocación. El Matrimonio, gozando de altísima estima en la cultura y religión hebreas, no necesitaba una explícita recomendación de parte del Apóstol; aunque nadie como él, después del propio Jesús, nos ha explicado la excelencia del estado conyugal y de su mística y teología en la nueva realidad de la Iglesia (cf. Efesios 5, 21-32).

La opción de la castidad consagrada por el Reino de los Cielos es, en cierto modo, una novedad fundamentada en la propia vida de Jesús y en la recomendación que El mismo ofrece, en lo que llamamos los “consejos evangélicos” de POBREZA, CASTIDAD Y OBEDIENCIA, que fundamentan toda vida consagrada en la Iglesia. Tal vez el mundo, cuando intenta entender la virginidad y la castidad consagradas, sólo puede acercarse un poco a partir de “razones prácticas” que, por supuesto, también están presentes en la opción, pero que no pueden fundamentarla para convertir esa opción en una opción radical en la respuesta vocacional.

Vencer un instinto tan fuerte como lo es el sexo y ponerlo al servicio de Dios y su Reino no es producto de “técnicas” o “frustraciones” sino de una “gracia especial” de Dios y mucho amor en la respuesta del que escucha su llamada y la sigue, llevando su entrega hasta las últimas consecuencias. Las preocupaciones por las cosas del mundo son siempre legítimas para el cristiano, pero no pueden ser asumidas dándoles supremacía sobre la opción de la Fe y el ejercicio de la Caridad.