– “La encarnación del Hijo de Dios” −

- 20 de diciembre de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Entre el testimonio de Juan el Tercer Domingo de Adviento y la Natividad del Señor celebramos, contemplando el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el Domingo de María: La “Amada y Favorecida”, la “Llena de Gracia”, la “Hija de Sión”, la “Esclava del Señor”; la “Virgen que concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo, al Salvador de la humanidad”.

Conocemos perfectamente el relato de la Anunciación que hoy vamos a escuchar (Lucas 1, 26-38). Las dos lecturas que lo preceden descubren su hondura: el ángel Gabriel, cuando dice a María que Jesús recibiría de Dios el trono de David su padre, anunciaba el cumplimiento de la promesa hecha al mismo David por el profeta Natán (II Samuel 7, 1-5.8b-12.14ª.16). Pero, sobre todo, la venida del Hijo de Dios en nuestra carne iba a revelar el misterio del amor infinito de Dios para con los hombres. Como dice San Pablo, se trataba de “un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora” (Romanos 16, 25-27).

También deberíamos fijar la atención en el uso bíblico del término “virgen” y su significación más profunda al plasmarse en la realidad de la vocación de la “Hija de Sión”: entonces “Israel” y, ahora “María”, la “llena de gracia”. Todo apunta a la libertad con que Dios ha dotado, de antemano, en su Concepción Inmaculada, a la mujer llamada, también en la libertad de su condición original, a participar en su plan redentor para todos los hombres. “El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”; se llamará y será Hijo de Dios, ahora hijo de los hombres, Dios encarnado, Dios humanado. Todo puede ser explicado (y, luego, comprendido)  en el amor, y sólo en ese Amor único de Dios. En ese Hijo hemos sido todos amados primero y, en El, transformados en hijos de Dios.

El alcance espiritual de la virginidad en la historia de la salvación es también acoger la vida: Virginidad para obtener la libertad plena y perfecta y virginidad para acoger la vida. A María se le dijo que su hijo sería grande y sería llamado Hijo del Altísimo; y luego nació un niño en una situación precaria, desprovista de toda grandeza según este mundo, para vivir una vida oculta que terminaría en una aparente derrota según la grandeza de este mundo. “Signo de contradicción” hemos oído llamarle a Cristo y a su camino de anonadamiento y de cruz, percibida y presentada como el fracaso final para el mundo de los hombres que, aún hoy, incluso celebrando a su manera su encarnación y nacimiento, queda fuera de la comprensión de la intención y los designios de Dios.