– 4 de octubre de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Este domingo los cristianos nos unimos en la “cadena pro-vida” para testimoniar nuestra solidaridad y compromiso con todos los principios cristianos y comprometernos en defender nuestra Fe y los mandamientos que la sustentan. La Constitución de los Estados Unidos de América parte del reconocimiento, para los ciudadanos de la Nación fundada sobre los principios que ésta proclama, de unos derechos inalienables otorgados por el Creador a los hombres.

Nosotros, como cristianos, creemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; de este modo vemos como la base de la Nación Americana y el concepto cristiano de la intención y obra divina coinciden al reconocer que nuestros derechos parten de los mismos principios. Como ciudadanos también tenemos deberes que, unidos a los derechos, forman nuestra conciencia y acción orientada a ejercerlos, a la vez que a defender esos derechos en un ejercicio de esos mismos deberes.

Lo que llamamos SOBERANIA brota, por lo tanto, del mismo Pueblo que posee y ejerce sus derechos otorgados por el Creador, y cumple sus deberes ciudadanos; deberes que no pueden oponerse a la conciencia de la persona; conciencia que debe guiar todas sus acciones, condición indispensable para el ejercicio de la libertad personal, base de la libertad ciudadana de todos los que formamos la República.

Este domingo volvemos al tema de “la viña”, imagen bíblica del Pueblo de Dios, elegido para servirle manifestando su gloria y viviendo en la santidad a que lo invita la Ley de Dios. Esta Ley, primero grabada en el corazón del hombre, le suministra la guía en la obra para la que Dios lo eligió. La parábola de los viñadores homicidas, que leemos en el evangelio, debe interpretarse a la luz de la primera lectura: “La viña del Señor, dice el profeta, es la casa de Israel” (Isaías 5, 1-7).

A causa de haber rehusado al Hijo de Dios, el pueblo judío sufrirá la catástrofe y Dios se buscará otro pueblo (Mateo 21, 33-43). Sin embargo, no quedará Israel sin esperanza, puesto que, como dirá San Pablo, “los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Romanos 11,29). -En la epístola, San Pablo invita a los cristianos a vivir intensamente bajo la mirada de Dios y a cultivar sus cualidades humanas (Filipenses 4, 6-9).

Cuando miramos la acción humana a la luz de la Revelación contenida en la Biblia y vivida consuetudinariamente por el Pueblo a que esa Revelación convoca, podemos admirarnos al ver los resultados de amor, entrega y sacrificio que la llamada de Dios puede producir en el creyente y, por éste, en su entorno y en toda la humanidad beneficiaria de esa respuesta; también podemos horrorizarnos al ver como el pecado puede nublar las mentes y endurecer los corazones, con resultados totalmente contrarios al plan salvífico y amoroso de Dios. El peor enemigo para el hombre está en el hombre mismo, en su conciencia, si no la tiene formada para el bien y sensibilizada para leer los signos de Dios en su propia vida y en el mundo al que también pertenece.