– 26 de mayo de 2024 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

 Queridos hermanos:

Toda religión o búsqueda de lo sobrenatural ha tenido su inicio en el temor del hombre, en el miedo a las fuerzas de la naturaleza y a lo desconocido, y al deseo y propósito de controlar esas fuerzas y de hacerse grato y aceptable a la divinidad desconocida, pero intuida ordinariamente en una combinación de asombro y magia. No así en la revelación acopiada en la Biblia y el camino del Pueblo de Israel, que culmina en la venida del Mesías y en el camino por El determinado para sus discípulos: Su Iglesia. El Dios de Israel y de la Biblia, Hebrea en el Antiguo Testamento y Cristiana en el Nuevo, es el único Dios que se revela, que toma la iniciativa en un diálogo con el hombre, a quien ha creado y comunicado también lo original de su propia naturaleza: el Amor. Porque “Dios es amor”, como nos enseña San Juan en su primera epístola. Dios es un misterio, pero un misterio de vida y origen de todo lo que existe. Al revelarse al hombre, éste experimenta sorpresa y admiración; y cuando cree, percibe que ha encontrado el mayor tesoro.

Cuando se reveló a Moisés, como leemos en la primera lectura de hoy, Dios se dio a conocer como el Santísimo, el que habla en medio de la llama, y, a la vez, como el Muy Cercano, el que camina en medio de su pueblo (Deuteronomio 4, 32-34.39-40). Los hombres descubrieron en Jesucristo que Dios tenía un Hijo, igual a El, y Este nos dio el Espíritu, que nos hace ser hijos del Padre, herederos de Dios (Romanos 8, 14-17). Por esto, de conformidad con lo ordenado por Jesús, la Iglesia bautiza a los creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28, 16-20).

Una vez que leemos y meditamos estas lecturas de la Misa de la Sma. Trinidad, caemos en la cuenta del estrecho vínculo que tiene esta fiesta con Pentecostés y de por qué la liturgia nos la propone como el reinicio del Tiempo Ordinario que, en ella, encuentra un verdadero puente de encuentro y resumen de la liturgia de la Pascua con el resto del Año litúrgico.

En palabras de Benedicto XVI aprendemos que: “Jesús nos reveló que Dios es amor no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia”: es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y solo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente”.

Impulsados por su ser, por su amor: “La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados”.