– 14 de abril de 2024 –

“Domingo de las apariciones”

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Después de celebrada la Octava de Pascua, con la insistencia de la Liturgia en el “Día del Señor”, o sea en el Domingo, día por excelencia en que actuó el Señor y que anticipa la eternidad gloriosa, nos vamos adentrando en el tiempo pascual hasta su meta: Pentecostés. Pentecostés, el día cincuenta de la efusión del Espíritu Santo es el Día de la Iglesia, testigo y misionera; así nos la muestran especialmente los discursos kerigmáticos de Pedro en las primeras lecturas de este tiempo, en el que la Liturgia de la Iglesia nos ofrece textos de los Hechos de los Apóstoles.

Al describir la aparición de Jesús a sus discípulos en la tarde de Pascua, insiste el evangelio sobre todo en el dato de que se deja tocar por los suyos y come con ellos (Lucas 24, 35-48). En la Natividad celebramos el misterio de la Encarnación, del Dios humanado, de Dios asumiendo nuestra naturaleza y santificándola; en la Resurrección celebramos la redención de esa humanidad nuestra, pecadora y humillada y, ahora, redimida en la resurrección de Cristo, el Dios hecho hombre por nuestra redención.

Por lo tanto, es muy importante el mensaje que leemos en los textos de este día; todos nos conectan con la humanidad del Resucitado. En esa experiencia indiscutible se fundará precisamente la fe de los apóstoles: la de Pedro que se basa en ella para dirigirse al pueblo (Hechos 3, 13-15.17-19), y la de Juan, que tanto se adentró en el misterio de Cristo Salvador (I Juan 2, 1-5ª), pues sus propias manos habían tocado a la Palabra de Vida (I Juan 1, 1).

Jesús, mientras congregaba a sus discípulos y los formaba en esa comunidad de vida que establecía con ellos, les mostraba no sólo sus pensamientos, sino sobre todo su corazón, su humanidad. Primero ellos lo amaron, la fe les llegaría sólo al verlo resucitado, por eso tienen que tocarlo, y comer y beber con El.

El cristianismo no es una idea o filosofía, es un amor, una amistad, una fe: y nace de la experiencia de creer en Cristo, experimentando con El, morir al pecado y resucitar a la vida de la Gracia, también en El.

Que hoy, también nosotros, podamos reproducir en nuestras vidas ese misterio de amor y de vida que es creer en Cristo y vivir en El para siempre.