– 7 de abril de 2024-

 – “Domingo In Albis”-

-Padre Joaquín Rodríguez-

 

Queridos hermanos:

Hoy celebra la Iglesia el Domingo de la Octava de Pascua, llamado desde muy antiguo “in albis”, o sea “de blanco”, debido a que hasta ese día los neófitos se presentaban a las celebraciones litúrgicas vistiendo su vestidura bautismal. Hace algunos años San Juan Pablo II quiso señalarlo como “Domingo de la misericordia” para marcar la devoción a Cristo en las apariciones a Santa Faustina Kowalska, devoción que tuvo una amplia acogida entre los fieles de la Iglesia. La primera oración de la Misa de este día comienza invocando la “misericordia infinita” de Dios.

Cristo resucitó y, por medio del bautismo, nosotros resucitamos con El. Este doble aspecto del mensaje pascual llena la liturgia de la octava de Pascua, cuyo último día es el domingo, a un mismo tiempo recuerdo semanal de la Pascua del Señor y anticipo del día de la eternidad, que se abrirá al término de la sucesión de las semanas.

La lectura evangélica otorga el sentido propio al domingo de la octava de Pascua: Cristo se hace presente en medio de los hermanos, que se habían congregado en memoria de su resurrección y suscita en ellos la fe (Juan 20, 19-31). El relato de la aparición de Cristo a los diez apóstoles, y luego a Tomás, muestra aquí su luz y su certeza, a la vez que expresa por boca del mismo Apóstol la fe de todas las generaciones cristianas: “Señor mío y Dios mío”. Esta fe en Jesús resucitado hace que la multitud de creyentes “piensen y sientan lo mismo” (Hechos 4, 32-35). Por esa fe consigue el cristiano la victoria sobre todas las fuerzas de desintegración y de repulsa, a las que San Juan denomina ‘el mundo’ (I Juan 5, 1-6).

Una larga distancia en el tiempo de la Iglesia de los Apóstoles separa la predicación de Pedro en los primeros tiempos que siguieron la efusión del Espíritu en Pentecostés y la primera Carta del Apóstol Juan; tiempos más maduros en la vivencia de la fe para las comunidades cristianas de tradición Juanina. Sin embargo, en ambas percibimos la frescura del mensaje redentor del Cristo que a ambos apóstoles llamó, instruyó en los asuntos del Reino de los Cielos y hermanó en el apostolado como testigos de su Resurrección. Es la misma Iglesia de los Apóstoles y los Mártires; la de ayer, la de hoy y la de siempre, destinada en su andadura hacia la Eternidad.