– 6 de septiembre de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

La “Atalaya” o “torre del centinela” se identifica en la primera lectura de este domingo (Ezequiel 33, 7-9) con el propio centinela, que es el mismo Profeta y cuya misión recibe por extensión todo fiel del Pueblo elegido. En la Iglesia hemos recibido también la misión que consiste, no sólo en estar vigilantes como los profetas del Antiguo Testamento, sino también y como consecuencia de lo anterior, de ejercer el ministerio de la corrección fraterna.

Llamados por Jesucristo y encomendados en el servicio de su amor en los hermanos, los cristianos tenemos la vocación de edificar en la caridad el “cuerpo del Señor” que es su Iglesia. Esta vocación se canaliza y desborda constantemente en el “amor al prójimo”, fundamento de la Iglesia y única forma de ser, en sí misma y para el mundo, el Cuerpo de Cristo que se entrega en la Eucaristía y se da en “comida y bebida de salvación”.

El ministerio de la “reconciliación” comienza, según el evangelio de hoy (Mateo 18, 15-20) por el acercamiento amoroso, delicado y comprensivo de la corrección fraterna; servicio fraterno y primera instancia necesaria, que debe ser ejercida con sinceridad, respeto y responsabilidad. Podríamos añadir también que, sentido común y el tacto que éste sugiere en cada caso, deben acompañar la misión.

Los seres humanos solemos ser orgullosos y celosos de nuestra intimidad y de las decisiones que asumimos en la vida; por lo tanto, frecuentemente nos cerramos y nos “plantamos” en una posición al recibir una amonestación; de ahí la necesidad de acometer la misión con todas las condiciones mencionadas anteriormente. De todos modos, la corrección fraterna, si de veras nos amamos, no puede ser descartada en las relaciones de la comunidad cristiana, como tampoco debiera serlo entre simples amigos y, por supuesto, en el seno de la propia familia.

La falta de tacto y un espíritu equivocado, violento y acusador suelen hacer fracasar la misión que, en ese caso, sería preferible diferir para un momento más apropiado y hasta ser descartada por completo. -Si sabemos ponernos en el lugar del prójimo a quien pretendemos ayudar, entonces encontraremos los medios apropiados, las palabras justas y el momento de Dios para su obra.

Sn Pablo, en su carta a los Romanos (13, 8-10), nos da la clave para que la obra en que hemos meditado: “No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”. -Ciertamente, si sacamos del contexto del amor las obras, ya no son obras de Cristo, ni de su Iglesia, y tampoco sirven a Dios ni sirven al hombre, creado por Amor y objeto siempre de Su Amor.