“Domingo de Abrahán y de la Transfiguración”

– 25 de febrero de 2024 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Abrahán nos es mostrado en el segundo domingo de la Cuaresma, Domingo de la Transfiguración, como Padre y modelo de los creyentes. En los tres ciclos de lecturas lo vemos responder a la llamada de Dios y partir hacia lo desconocido, aceptar la alianza que Dios le otorga y, finalmente hoy, disponerse a sacrificar a su hijo (Génesis 22, 1-2.9-13.15-18). La Iglesia, en su exégesis cristológica nos enseña que, en este episodio bíblico, Abrahán representa al Padre e Isaac a Cristo; es a esta interpretación que llamamos “típica”, siendo Abrahán “tipo” o figura del Padre e Isaac “tipo” o figura del Hijo amado, que es Jesucristo nuestro Señor.

“Dios no perdonó a su propio Hijo”, nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy, enlace perfecto entre el Sacrificio de Isaac y el evangelio de la Transfiguración, al cual sirve de introducción y explicación teológica (Romanos 8, 31b-34). El Padre consiente la muerte de Jesús, su Hijo amado; Abrahán sólo tuvo que mostrar su entera disponibilidad, pero Dios realmente nos entregó a su Hijo a nuestra muerte para que nosotros tuviésemos vida eterna. El amor de Dios es infinito y sin límites.

En la transfiguración de Jesús, Dios nos entreabre la puerta del mundo de la resurrección, al cual nos dio acceso la muerte de Cristo (Marcos 9, 2-10). Al contemplar el relato evangélico asistimos a una auténtica “teofanía”, a una manifestación en todo su esplendor de la divinidad en Cristo, el Hijo amado de Dios Padre. Moisés y Elías representan el camino del Pueblo elegido y los dones con que Dios lo bendijo y santificó: La Ley, como camino de santidad y los Profetas, como intérpretes vivientes de la voluntad de Dios y de la acción constante del Espíritu que los guiaba en el largo peregrinaje de la vida presente, signo y preparación de la futura.

Si algo nos queda por resaltar en la meditación de la Palabra en sus múltiples manifestaciones en este domingo, sería la misericordia de Dios. En Cristo Dios asume nuestras flaquezas y las transforma en esperanza, con tal que emprendamos de nuevo el camino que nos conduce al seno de su corazón, desbordante de su amor.