– 28 de enero de 2024 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Aún en el capítulo primero de San Marcos y ya, en este cuarto domingo, nos adentramos en las enseñanzas de Jesús y en el resultado y significado de sus obras, que traen la salud física y espiritual. Él enseña “con autoridad’ y el pueblo percibe que Jesús es la Palabra viva de Dios. El mismo Jesús había dicho del Bautista que era más que un profeta; Jesús, por lo tanto, siendo mayor que el Bautista, va a ser reconocido como un profeta único por el pueblo, porque Jesús de Nazaret es mucho mayor que todos los profetas que lo precedieron: Siendo de la misma naturaleza del Padre, Jesús es la misma Palabra viva de Dios a quien todos los profetas, incluyendo el Bautista, habían anunciado.

Jesús comienza a enseñar con autoridad profética propia, no como los rabinos, que siempre se referían a maestros anteriores; esta autoridad viene ratificada por su poder personal sobre el demonio. En el evangelio vemos a las muchedumbres admiradas de que Jesús dé una doctrina nueva, hablando como hombre que tiene autoridad (Marcos 1, 21-28).

Ya Moisés había anunciado la llegada de un Profeta de su misma categoría (Deuteronomio 18, 15-20). Sin embargo, desde los tiempos de Moisés hasta Jesús, la religión de Israel había sufrido muchos embates y la enseñanza de la Ley había derivado hacia un culto vacío y formal, perdiendo poco a poco el espíritu de su promulgación original; Jesús va a acusar a escribas y fariseos de enseñar preceptos humanos en vez de la Palabra viva de Dios. Todo esto fue percibido como un ataque a las instituciones y ya hemos conocido los resultados en la persecución y muerte de Jesús. El sacrificio cruento, anunciado por el sacrificio del Cordero Pascual desde los tiempos de Abrahám e Isaac, se haría realidad muy pronto en el sacrificio del verdadero “Cordero de Dios” al morir Cristo por nosotros en la Cruz.

La provisionalidad del tiempo presente lleva a San Pablo a recomendar el celibato, a ejemplo suyo y de Cristo, para poder servir al Señor con un corazón indiviso, por amor al Reino de los cielos (I Corintios 7, 32-35). En la Iglesia contamos con un testimonio constante de esta opción en la persistencia de las vocaciones a la vida consagrada, donde los hombres y mujeres que escuchan y siguen esa llamada viven guiados por los tres votos religiosos de “pobreza”, “castidad” y “obediencia”. Los tres votos se apoyan y corresponden y han demostrado su necesidad para que los consagrados puedan realizar esa opción en respuesta a su vocación. Asimismo, la Iglesia oriental tiene el celibato opcional para el clero, siendo esta la opción mayoritaria dentro de esa tradición; mientras la Iglesia romana occidental ha optado desde hace muchos siglos por la única opción que conocemos en la del celibato eclesiástico para todos. Al final, todos miramos a Cristo: “Camino”, “Verdad” y “Vida” como único modelo a imitar desde el Bautismo, donde hemos sido consagrados como miembros de su Cuerpo y recibido la llamada a la santidad y a la vida del “Reino que ya ha comenzado”.