– 10 de septiembre de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El Amor constituye la naturaleza propia de Dios, como nos enseña Juan en su primera Carta (I Juan 4, 8). San Pablo nos aconseja hoy en la segunda lectura de la Misa que no tengamos otra deuda, los unos con los otros, que la del amor. Porque es el amor el motor de la vida cristiana y el que edifica la comunidad, tema central en el evangelio del día. Es el amor al prójimo el componente imprescindible que forja toda relación humana, no como un añadido a la misma, sino como parte de la propia naturaleza del hombre y de su vocación relacional con sus semejantes en cualquier nivel que se realice esa relación. Jesucristo nos enseña en el evangelio que Él se hace presente entre nosotros cuando nos reunimos en su nombre; Él quiere estar con nosotros y entre nosotros, pero también quiere que seamos conscientes de su presencia y participemos de su acción vinculante y santificante.

Somos responsables de la salvación de los demás porque hemos recibido la Palabra portadora de la norma divina de conducta que ha de ser observada por todos. No podemos callar y dejar sin advertencia al prójimo ignorante (Ezequiel 33, 7-9). Los cristianos en particular y comunitariamente han de ejercer con caridad la corrección mutua; la comunidad tiene, además, en virtud de la presencia de Cristo en ella, poder para reconciliar a los pecadores y para apartar a los recalcitrantes (Mateo 18, 15-20); Jesús nos pide que no dejemos que un hermano haga el mal sin que le ayudemos a reemprender el buen camino. Santo Tomás nos enseña al respecto que, el único modo que tenemos de devolver a Dios el amor que nos tiene, es amando al prójimo; de esta deuda de amor forma parte la corrección fraterna bien entendida y practicada; a Jesús lo encontramos también y siempre en el prójimo.

“Amar es cumplir la ley entera”, el resumen de todas sus normas y mandamientos. También los rabinos contemporáneos de Cristo lo entendían así. Pero, tanto el Señor Jesús como San Pablo, extienden el concepto de “prójimo” con un alcance universal; esto es, no sólo comprende al israelita vecino, como dictaba la tradición del Antiguo Testamento (Romanos 13, 8-10).

En síntesis, hoy vemos enlazadas las lecturas en torno a un deber que nos impulsa a la práctica superior y redentora del amor. El deber de vigilar para que el hermano no se extravíe; el de aceptar con docilidad la corrección fraterna; el de ejercerla con suma delicadeza y caridad; y el de llevarla a una plenitud solamente posible en el marco divino de la Caridad, que supera la letra