– 27 de agosto de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El evangelio que leemos en la Liturgia de la Palabra propia de este Domingo, nos confronta con dos urgencias que cada cristiano debería atender en cualquier época, mucho más en la presente, cuando vivimos tan de prisa y estamos siempre tentados a la superficialidad en relación a todos los intereses de la vida, incluidos aquellos más fundamentales en nuestra condición de creyentes y seguidores de Cristo y su evangelio. Conocer a Jesús y poder dar razón de nuestra fe y esperanza debería ser una opción ineludible en nuestra condición de testigos de Cristo y misioneros de su evangelio; vocación que recibimos en el Bautismo y la Confirmación; por ello contamos con las gracias necesarias para responder a Dios, que ha querido asociarnos a su obra redentora en favor de la humanidad.

El evangelio recoge hoy la profesión de fe de San Pedro y la subsiguiente promesa que le hizo Jesús de confiarle “las llaves del Reino de los cielos” (Mateo 16, 13-20). Se trata de una imagen tomada del Antiguo Testamento, como podemos ver en la primera lectura (Isaías 22, 19-23). Significa que Cristo quiso delegar en Pedro la carga de su pueblo. Simón recibe este nuevo nombre después de profesar su fe en la divinidad de Jesús y su condición de Ungido (Mesías en hebreo). No necesitamos otro texto evangélico para aprender y comprender el lugar único que el propio Jesús le asignó a Simón Pedro y a sus sucesores en la Iglesia; realidad y misión que definimos como “ministerio Petrino”, por esta relación exclusiva y primordial con el Apóstol de sus sucesores: los Papas. Asimismo, la declaración de Jesús nos señala el origen y destino de este ministerio que, además, propone como modelo a todos los que Él llama y envía; ese origen y destino en el servicio pastoral y misionero no es otro que la Fe: Don exclusivo de Dios al hombre y origen de toda vocación en la Iglesia de Cristo.

San Pablo había ensalzado el amor de Cristo al término de su exposición del misterio de la salvación. Corona hoy sus reflexiones acerca del destino de Israel con un himno a la infinita sabiduría de Dios (Romanos 11, 33-36). Nadie conoce la mente de Dios, sin embargo, Él ha querido revelarnos su voluntad como guía segura y su amor como refugio y santuario mientras peregrinamos hacia Él, que será nuestro hogar para siempre.