– 9 de julio de 2023 -. 

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El Concilio Vaticano II, en su enfoque general, nos invitó a mirar hacia el mundo al que somos enviados a evangelizar y, con el signo ecuménico que inspiró el Espíritu, nos he dejado primero la conciencia misionera más viva y con ella un mayor sentido del compromiso que tenemos como bautizados, miembros de Cristo. Ese compromiso se realiza en cada bautizado por una doble proyección de su nueva vida y condición: una es la realización de la propia santificación, sin la cual la Gracia sería estéril; la otra consiste en el celo apostólico que impulsa a la misión.

Tal vez nos hemos acostumbrado al “cristianismo institucional” y a considerar como ideal una sociedad de cristiandad que, en realidad, nunca fue integral y que hace mucho tiempo tampoco es real en la sociedad moderna. Hoy, San Pablo, en su epístola a los romanos (Romanos 8,9.11-13), nos explica como esa nueva vida que adquirimos en el Bautismo, es vivida en el Espíritu y está destinada a la gloria. Habiendo participado, por el Bautismo, en el misterio pascual de Cristo, debemos, en conformidad con las enseñanzas del Apóstol, vivir según el Espíritu de Cristo, que habita en nosotros.

En el evangelio de hoy (Mateo 11, 25-30) Jesús se nos muestra a un mismo tiempo como el Hijo de Dios -que es el único que conoce al Padre- y como el Señor manso y humilde de corazón, que nos invita a ir en su seguimiento. Aquí Jesús nos invita a aceptar su nueva Ley, a la que califica del mismo modo que llamaban a la de Moisés: “yugo y carga”. Pero la norma de Cristo es llevadera y ligera, y consiste en imitar su mansedumbre y humildad de corazón.

En la primera lectura percibimos al rey que entrará un día en Jerusalén “modesto y cabalgando en un asno”, de acuerdo con la profecía que el propio Jesús va a encarnar en el pórtico de su Pasión (Zacarías 9, 9-10).

En un mundo como el que vivimos hoy, donde el triunfo inmediato a cualquier precio parece ser la meta que todos deben perseguir, ser “manso y humilde” no suelen ser virtudes consideradas deseables; ni siquiera son consideradas virtudes, sino más bien debilidades y obstáculos para el triunfo. Pero, como la verdad nunca cambia, siguen siendo el camino para los que intentan sinceramente alcanzar la plenitud de humanidad a que cada hombre está destinado por naturaleza, proyecto que le propone el mismo Creador. Imitemos a Cristo, sigamos su invitación, y no quedaremos defraudados.