– 2 de julio de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos Hermanos:

“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Queridos hermanos: en esta invitación de Cristo a sus discípulos encontramos, a su vez, la mayor exigencia del discipulado y la condición indispensable para el mismo. Jesús no oculta a sus discípulos que seguirlo a Él les traerá persecuciones e, incluso, la muerte; de modo que, seguir a Cristo, requiere de nosotros, sus discípulos de hoy, así como a los primeros llamados, de una total disponibilidad en la libertad que el Evangelio trae a las vidas de aquellos que lo adoptan como camino y respuesta a la llamada. Hoy completamos el tema vocacional que comenzábamos hace dos domingos con la llamada a los Doce desde la urgencia de las multitudes que andaban “como ovejas sin pastor”, seguido del pasado domingo donde eran advertidos de la austeridad de los que serían enviados en su nombre y la confianza en la providencia del ‘Padre del cielo”.

Hoy el Señor concluye su instrucción a los apóstoles exigiéndoles total entrega a su misión y absoluto desprendimiento de los bienes materiales, prometiéndoles su bendición a quienes les acojan de buen grado (Mateo 10, 37-42); las comunidades que los reciban habrán de asistirles, y serán recompensados quienes les ayuden aun en las cosas más humildes. – Ya los antiguos profetas como Eliseo eran atendidos por personas que creían en ellos (II Reyes 4, 8-11.14-16ª). Dios bendice a los que han recibido al Profeta que ÉL les envía.

San Pablo nos enseña que hemos sido salvados por la muerte y resurrección de Cristo por el Bautismo, que no ha liberado de nuestro “yo” pecador por la participación en el Misterio Pascual de Cristo (Romanos 6, 3-4.8-11): “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva”. Es esa “vida nueva” la que hace posible que los cristianos formemos comunidades de hermanos y dediquemos tiempo, bienes y esfuerzos en el servicio a otros hermanos que aun no han oído hablar de Dios; compartiendo nuestras vidas y bienes con los necesitados sin esperar recompensa y reconocimiento en el mundo, sino sólo en Dios. Sólo Cristo y su amor, reinando en nuestros corazones, puede lograr que vivamos y actuemos como esas nuevas criaturas renacidas en el Bautismo y capaces de hacerlo presente a Él, que con su Muerte y Resurrección ha obrado en nosotros, transformándonos en nuevas criaturas y ciudadanos de su Reino.