– domingo 8 de enero de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Dios es el centro del Universo creado por El y el origen de su orden; por tanto, toda la creación habla del Creador. Al conocer a Dios, lo adoramos como Creador y Señor de todo, al tiempo que tomamos conciencia de su amor infinito y misericordioso; así podemos entendernos a nosotros mismos en relación con Dios. En el Catecismo de la Iglesia leemos que la adoración “es el primer acto de la virtud de la religión”. Al adorar a Dios ejercemos un derecho a la par que cumplimos el primer deber del creyente que, sin embargo, no nos humilla sino que nos enaltece. Dios, en Cristo, se ha abajado, se ha humillado al asumir nuestra naturaleza herida y humillada por el pecado; pero, al hacerlo, nos ha ensalzado, elevándonos a la condición de hijos; nos ha hecho participar así de su propia naturaleza, o sea, de su divinidad. El reconocimiento de esa maravilla de la decisión y acción divinas es lo que celebramos, al unirnos a la adoración de los Magos en la Solemnidad de la Epifanía.

En contraste con los Magos, capaces de intuir que el orden del Universo no es una casualidad y que hay un Creador que ha querido ponerse en contacto con nosotros, aparece la figura de Herodes. El no quiere adorar, no quiere reconocer que él no está en el centro; asume que Dios existe, pero no está dispuesto a orientar su vida hacia El y según su Ley. Así actuamos con frecuencia los hombres y, en nuestro presente, sufrimos más y más de una confusión no exenta de soberbia que nos asemeja al Jerusalén de tiempos de Herodes, que se sobresalta de miedo envuelto en una ignorancia y mundanidad estériles y materialistas. Nada más parecido a la era que vivimos y padecemos de parte de las esferas de poder, cada vez más torpes y frívolas.

Isaías anuncia el misterio que Dios había tenido oculto desde toda la eternidad y que se hará realidad en los tiempos del Mesías: que todos los pueblos serán llamados a ser Pueblo de Dios; y Jerusalén se llenará de luz, esto es, de la Gloria del Señor (Isaías 60, 1-6). En la plenitud de los tiempos Dios nos otorgará aún más: estando todos los hombres llamados a formar “un cuerpo en Cristo y a vivir juntos cerca de Dios” (Efesios 3, 2-3ª.5-6). El Nacimiento de Cristo transforma la esperanza en realidad. Con la llegada de los Magos desde Oriente a Belén el misterio empieza a desvelarse: los pueblos paganos se ponen en camino hacia Cristo (Mateo 2, 1-12).

Siguiendo la Epifanía la Iglesia celebra el Bautismo del Señor, fiesta que podríamos llamar el segundo movimiento de la maravillosa sinfonía de la Manifestación de Dios, que ha querido derramar su amor redentor sobre toda la humanidad asumida por su Hijo amado.