– SOLEMNIDAD -

– 20 de noviembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos Hermanos:

CRISTO, del griego “UNGIDO”, título usado en el Nuevo Testamento para traducir “MESIAS”, de la lengua hebrea, se ha convertido en sinónimo del nombre de Jesús; por eso solemos llamarlo “Jesucristo”. Los reyes en Israel eran consagrados como “el ungido del Señor”; de modo que decir “Jesucristo” es equivalente a decir “Jesús el Ungido”, siempre con una connotación referente a su realeza por derecho propio. Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo en el Jordán y en la consumación de su vida pública en la Cruz, donde es proclamado como Rey. Los evangelios acentúan la ironía presente en la crucifixión al relatarnos que Jesús es proclamado como Rey por el título de su condena: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, y por la invocación del “buen ladrón” crucificado junto a él: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lucas 23, 35-43).

La primera lectura (II Samuel 5, 1-3) describe la investidura real de David como Rey de Israel, por eso es llamado Jesús “Hijo de David” recibiendo así, al ser aclamado por el pueblo de Jerusalén, el título mesiánico por excelencia. Jesús ha venido a cumplir con su pueblo lo anunciado por los profetas.

San Pablo nos indica en la segunda lectura de esta solemnidad, que Jesús es más que rey de los judíos: es, “imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, y quien hizo la paz por la sangre de su cruz” (Colosenses 1, 12-20). En este himno cristológico el Apóstol nos dibuja bellamente la realidad nueva y única que es Jesucristo y a la que nosotros somos asociados, e injertados, por el Bautismo, que nos transforma en miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.

La Solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el papa Pío XI con la carta encíclica ‘Quas primas’ el 11 de diciembre de 1925; después del Concilio Vaticano II ha sido colocada el último domingo del Tiempo Ordinario, como final del año litúrgico, para expresar el sentido de consumación del plan de Dios. En Jesucristo somos hijos de Dios y coherederos con El de la Gloria que nos ha sido prometida y que será plenamente manifestada al final de los tiempos. En Cristo, y desde que hemos sido bautizados, participamos en su triple condición de Sacerdote, Profeta y Rey.