– 13 de noviembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El “templo” es una palabra que define, en el ideario y lenguaje evangélicos, un recinto sagrado que no está limitado a un edificio consagrado al culto a Dios. Herederos de la tradición del Pueblo de la Antigua Alianza consideramos ese ámbito sagrado como una imagen del reinado de Dios entre los hombres. A veces, también, olvidamos que no es Dios, sino nosotros, los necesitados del templo y del culto que en él ofrecemos. Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo llegamos a otro concepto, mucho más cercano a su intención al relativizar el templo de piedra como sólo un signo relacionado al culto debido a Dios, pero poniendo el acento en el adorador, en el hombre que, en la nueva economía de la salvación, es el destinatario de la gracia y, así, es invitado a responder con su acción de gracias por los dones recibidos y compartidos con los hermanos. Los cristianos, formando un solo cuerpo en Cristo, somos el nuevo y definitivo templo donde Dios quiere ser servido y adorado “en espíritu y verdad”. Comprendiendo esto, podemos comprender las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo que nos acercan al mensaje del fin de los tiempos, en los que será manifestada en plenitud la Gloria de Dios.

El profeta Malaquías vaticina la venida del Señor, hoguera para los perversos y Sol de justicia para los buenos (Malaquías 3, 19-20ª). -Jesús augura en el evangelio la ruina de Jerusalén, previene a sus discípulos contra los falsos profetas y les profetiza que, antes de que lleguen aquellos días, tendrán que sufrir mucho por causa de su Nombre. Pero no les faltará su asistencia (Lucas 21, 5-19).

Ya Jesús ha entrado triunfalmente en Jerusalén y se acerca su Pasión, es en este contexto en el que, a la vista del Templo de los judíos, advierte a sus discípulos de la caducidad del mismo y del culto que representa; El mismo será el nuevo Templo y nosotros, después de sufrir también con El persecuciones, seremos ese nuevo ámbito en el que Dios quiere ser adorado y servido. Una era llega a su fin y vendrán tiempos de oscuridad antes que la nueva era amanezca luminosa. Cristo va a padecer y morir por nosotros, si perseveramos, lo veremos resucitado y participaremos con El en su triunfo para siempre.

San Pablo no quiere que las especulaciones acerca del fin del mundo alejen a los cristianos de sus tareas cotidianas. A ejemplo suyo, deben trabajar (II Tesalonicenses 3, 7-12). La auténtica vigilancia cristiana pasa por la objetividad con que vivimos el presente y el compromiso de cada cual en el cumplimiento de sus responsabilidades de acuerdo con su estado de vida.

De nuevo hoy somos invitados a mirar a Cristo y reproducir en nosotros su imagen de amor, entrega, sacrificio y obediencia al Padre; no es otro el culto que Dios quiere recibir de quienes, por el nuevo nacimiento, han sido transformados en “templos vivos de Dios”.