– 16 de octubre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La fe y la oración se corresponden una a la otra en la vida del cristiano. Si tienes la Fe, oras; si buscas crecer en la fe, si le pides al Señor que te la aumente, oras; si te sientes probado en tu fe, oras más y con mayor insistencia; o sea, perseveras en esa actividad que te nutre espiritualmente, te conforta y anima a seguir el camino. Jesucristo nos ha dicho que El es el Camino; por tanto, la oración nos conduce hacia el que es el Camino y, por El, al Padre; la oración y solamente la oración nos posibilita hablar con Jesús, planear con El, refugiarnos en El, beber en su fuente de amor y de sabiduría; ser suyos, entregándole nuestros proyectos y también nuestros problemas; vivir en El, de El y por El. Sin oración el cristiano no vive su fe y ésta languidece y muere. -Pero la oración no es una mera actividad, como un deporte espiritual, y no depende de una técnica, de un método; aunque algunos métodos probados en la vida y tradición de la Iglesia suelen ser útiles para evitarnos el cansancio de búsquedas a tientas y confusiones que, doctrinas e ideologías, abundantes siempre en el mundo, nos traerán inevitablemente, haciéndonos perder el rumbo a esa meta única del cristiano, que es sólo Cristo.

En la enseñanza sobre la oración, Jesús insiste en que debe ser practicada con fe y constancia, sin desanimarnos y sin desconfiar del momentáneo silencio de Dios. Jesús nos plantea hoy, en el evangelio, una pregunta: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” (Lucas 18, 1-8). Muchas veces somos impacientes porque la oración no parece traernos respuestas y soluciones inmediatas; a veces buscamos un efecto mágico y, esa expectativa, desvirtúa desde el comienzo el fin y sentido de la oración. Vivimos entre angustias y fracasos y Jesús nos deja saber hoy, con su pregunta, que comprende nuestras vacilaciones, pero también, que está allí compartiendo nuestras preocupaciones e inseguridades. – En la primera lectura (Exodo 17, 8-13) vemos cómo la oración perseverante de Moisés obtiene la victoria para su pueblo Israel.

La Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, es el principal instrumento para que los sucesores de los apóstoles, como Timoteo, ejerzan su ministerio. La divina inspiración que suscitó en Israel y en la Iglesia los escritos sagrados, garantiza su verdad en lo que se refiere a la salvación (II Timoteo 3, 14-4, 2).

El apóstol, en su oficio de pastor y predicador de la Palabra, tiene que nutrir su fe e inspirar su explicación a los hermanos en las Escrituras Sagradas.