– 25 de septiembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La vida de lujos y placeres ha sido una constante tentación para el hombre. La historia conocida de la humanidad nos presenta siempre a los ricos y poderosos, dos condiciones que suelen presentarse asociadas, como personas también indolentes, dispuestas al derroche irresponsable sin tener en cuenta a los pobres y a los débiles cuya condición no los conmueve ni inquieta. En tiempos más recientes vemos también que la condición de los débiles y desfavorecidos es explotada por ideologías que, cuando llegan al poder, demuestran que sólo el poder les interesaba y no los pobres. Al final concluimos que sólo a Dios le interesan los pobres y que sólo su Palabra en las Sagradas Escrituras acusan a los que abusan de su poder y oprimen al pobre y al humilde. Por último, aprendemos en el Evangelio de Jesús que son los pobres y humildes los preferidos de Dios y que, oprimirlos y explotarlos va contra su Ley y nos asegura la condenación eterna.

Pudiéramos discutir cómo una acción temporal pueda acarrear una condena eterna, pero ese sería otro tema. Lo que sí es cierto es que Dios, el Juez justo e incorruptible, tiene todos los derechos y toda la razón; razón que, a veces, sólo descubrimos cuando somos el objeto de los abusos y, rara vez, cuando somos nosotros los abusadores desde el poder y con la fuerza que éste nos proporciona. El verdadero pecado y causa de la condena del rico de la parábola de hoy parece ser, más que una acción, una grave omisión: no haber visto la necesidad de su hermano y no haberlo socorrido. Esto nos recuerda que habrá un juicio en el que seremos examinados sobre el “amor al prójimo” (Mateo 25, 31-46). Si dudábamos que las omisiones pudieran ser auténticos y gravísimos pecados, aquí tenemos la respuesta de Jesús. Casi siempre nos importan más los sentimientos que las acciones, pero son las acciones las que, al final, tendrán consecuencias, buenas o malas.

La parábola del rico y del pobre Lázaro sólo la encontramos en el evangelio de Lucas, y es una nueva crítica de Jesús a los ricos que no se preocupan de los necesitados; declara también la inutilidad de los milagros para quien rechaza la fe y la enseñanza de la Palabra de Dios, pero tiene los sentidos del alma embotados por el excesivo bienestar (Lucas 16, 19-31): “si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. - El profeta Amós se destaca, en el Antiguo Testamento, por la dureza de los términos con que condena el egoísmo y la ambición desmesurada de los ricos (Amós 6, 1ª. 4-7). La riqueza y el poder excesivos corrompen el corazón del hombre.

La venida de Cristo, esperada como meta de las luchas por la fe, debe motivar al discípulo, como exhorta San Pablo a Timoteo, obispo al frente de la Iglesia de Efeso. “Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor” (I Timoteo 6, 11-16). No hay apostolado fecundo que no mire y socorra con predilección a los pobres y mantenga al apóstol en un espíritu de compasión y en una acción de defensa del pobre y del “perseguido por causa de la justicia”.