– 18 de septiembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

¿Cómo usar los bienes materiales con espíritu cristiano y para que nos sirvan para acumular riquezas en el Cielo, no en obstáculos para el mismo? Ciertamente, la parábola del “administrador injusto” que leemos en el evangelio de hoy, parece dicha para suscitar inquietud e incomodidad en los oyentes; y es que los bienes materiales pueden llegar a ser graves obstáculos en la vida presente si no los administramos bien y si, en vez de oportunidades para el bien, son utilizados de forma injusta. Podemos actuar con sabiduría y justicia; también podemos decidir ser astutos y aprovechar fríamente cada oportunidad de lucro sin pensar en la humanidad del prójimo; también podemos dejarnos llevar de la pura ambición y actuar como verdaderos bribones. “La avaricia rompe el saco” reza un refrán, aunque algunos logran salir airosos haciendo buenos y fríos cálculos; pero Dios existe y es Juez Justo y al Cielo se entra por la puerta de la Justicia y del Amor; todo el éxito terreno puede resultar pérdida cuando seamos examinados en el amor.

Jesús nos muestra hoy cómo debe usar un cristiano el dinero (Lucas 16, 1-13). Y es que el amor al dinero endurece el corazón del hombre, le cierra al dolor de los demás y le lleva con frecuencia a cometer injusticias, cuyas víctimas son siempre los pobres (Amós 8, 4-7). También siendo buenos administradores según los criterios de las ciencias económicas y siguiendo las normas y cumpliendo leyes humanas podemos volvernos fríos calculadores que olvidemos el verdadero destinatario de todo lo creado. Si Dios es el creador y dueño de toda la Creación, entonces somos solamente administradores de la misma; esa verdad cambia totalmente la perspectiva del análisis y nos lleva a la conclusión de que todo debe servir para el bien del hombre y nada para su mal o perdición. Esto vale tanto para el que administra como para el que recibe el beneficio de su gestión.

En la Oración de los Fieles con la que concluye la Liturgia de la Palabra en cada Misa, ponemos en práctica los consejos de San Pablo a su discípulo (I Timoteo 2, 1-8): Pedir por todos los hombres y, en especial, por cuantos ostentan cargos públicos. Estas oraciones de intercesión nos recuerdan un deber, tanto a los que oramos, como a quienes detentan esos cargos y para quienes pedimos sabiduría y honestidad en el cargo que han prometido ejercer, según la Ley, para el bien común; sólo son administradores, no dueños de esos bienes ni de sus conciudadanos a quienes están destinados.

Es inevitable que tengamos que lidiar en este mundo con decisiones importantes, tanto para nosotros como para los demás, para lo cual no basta la buena intención; tenemos que aplicarnos con empeño y responsabilidad, es lo menos que Dios y los hermanos esperan de nosotros, y de ello daremos cuentas en el Juicio Final.