– 7 de agosto de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

“La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”: Así comienza la lectura segunda de este domingo que encontramos en la carta a los Hebreos, (Hebreos 11, 1-2.8-19). La Historia de la Salvación comienza cuando Dios se hace peregrino en su Pueblo elegido y, con él, comienza la historia de la Fe. Abrahán es llamado por Dios a dejar su tierra y su parentela para hacerse peregrino en busca de la Tierra de Promisión. Nosotros, que vivimos la etapa final de esa historia, reconocemos esa “Tierra” en el Cielo donde Dios reina. Son todas imágenes que parten de lo conocido por experiencia, cultura y sentidos y orientan nuestros pasos hacia ese Reino que ya ha comenzado y que esperamos tener en plenitud una vez terminada nuestra peregrinación. Por eso llamamos a Abrahán nuestro “Padre en la fe” y a la vivencia de esa fe en el camino del Evangelio de Cristo “peregrinación”; así nos reconocemos como el “Pueblo peregrino de Dios”, o sea, la “Iglesia”.

Cada año en la celebración Pascual actualizamos el misterio anunciado y escenificado por el Pueblo de la Antigua Alianza en la primera lectura de hoy (Sabiduría 18, 6-9). El Señor pasó durante la noche con ocasión de la primera Pascua, para liberar a su pueblo oprimido, que esperaba su liberación.

En el evangelio, Jesús nos recomienda que permanezcamos siempre atentos, como los criados que aguardan durante la noche el regreso de su señor (Lucas 12, 32-48). La noche, que se presta para tantas maldades se convierte, en el plan de Dios, en tiempo de espera y de esperanza para los que vigilan en la fe, para los amados de Dios. El Señor volverá inesperadamente al final de los tiempos, como un ladrón nocturno o un amo que ha estado muchos años lejos de su hacienda.

Espera y vigilancia son dos características fundamentales de la vida cristiana, abierta a la eternidad. Esa espera se realiza en la comunidad de los fieles en la Iglesia y parte de la Fe, que es don de Dios. La fe nunca aparece en la Biblia, que nos trasmite la Revelación, como algo abstracto o como producto intelectual de una filosofía, sino como una llamada de Dios que concede el don, guía y acompaña a su Pueblo y a cada persona que escucha y acepta su llamada. Hablamos de Fe y razón, Fe y acción; ambas expresiones de un don y de una vida, dados al hombre por el Creador, y generadores de vida nueva y de fuerza para emprender el camino en busca de la verdadera patria: el Cielo.