Padre Joaquin Rodriguez

Queridos hermanos:

Siempre es conveniente, y de elemental prudencia, asumir con sobriedad y sin apasionamiento los asuntos terrenales; no importa que sean el fruto del propio esfuerzo y el resultado de un empeño sincero y honesto. Si bien es verdad que los asuntos del mundo presente tienen su propio valor y método, no pueden ser tratados como bienes de valor absoluto: en el mundo presente casi todo es relativo teniendo en cuenta lo efímero de todo lo que en él ocurre.

El autor sagrado del Eclesiastés (1, 2; 2, 21-23) no condena absolutamente todas las cosas del mundo con su frase lapidaria (“vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad”), sino que las valora en sí mismas, sin las dimensiones que les da una visión trascendente, como la cristiana. -En el Evangelio (Lucas 12, 13-21) parece que Jesús emplea un lenguaje idéntico. Mas, en tanto que el amargor del antiguo sabio de Israel carece aparentemente de contrapartida, lo que Jesús en realidad condena es el querer almacenar para uno mismo, mientras “no es rico ante Dios”.

Para San Pablo, el bautizado, que ha muerto y resucitado con Cristo, debe vivir como un hombre nuevo: el motivo de su vida no se encuentra ya en la tierra, sino que camina al encuentro del Señor (Colosenses 3, 1-5.9-11). Teniendo en cuenta esta perspectiva podemos ver la diferencia de enfoque en nuestra relación con los bienes y negocios o asuntos de la tierra.

La luz del Evangelio de Jesucristo nos ayuda y alienta a asumir nuestra vida en la tierra como esa peregrinación que nos conduce hacia una meta muy elevada: el Reino de Dios. Para el cristiano ya ese Reino ha comenzado, de modo que todo nuestro trabajo y afán en este mundo temporal lo asumimos como lo que es: algo pasajero que, aunque nos debe interesar y hacernos responsables de nuestras decisiones y acciones, nunca debe atarnos ni impedirnos mirar hacia arriba, acción que nos refiere a Dios y a su Reino. Mientras tanto, mientras peregrinamos, tratamos de pertenecer a ese Reino, optando por sus ideales y principios; los mismos harán posible que, en nosotros y para nosotros, ese Reino ya haya comenzado. No olvidemos que para “ser ricos ante Dios” necesitamos asumir los bienes terrenos en su dimensión superior que, para el cristiano, lleva el componente del amor al prójimo y del amor de Caridad, el único que tiene valor divino y eterno.