– 26 DE JUNIO DE 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Cada año la Liturgia de la Iglesia nos congrega en las celebraciones de los misterios de nuestra fe y es, sin dudas, la Pascua, la celebración central de los mismos. El pasado 2 de marzo comenzábamos de nuevo esa subida a la que la Iglesia nos invita en cada Cuaresma, siendo el miércoles de Cenizas la celebración que marca un nuevo comienzo en nuestra peregrinación espiritual. Una vez concluido el ciclo de las Manifestaciones del Señor, en el tiempo que va desde el Adviento hasta el Bautismo del Señor, comenzamos el tiempo Ordinario con lecturas guiadas preferentemente por los evangelios Sinópticos, que marcan con su variedad los tres ciclos en los que la Palabra nos es presentada en la Misa dominical. Una vez concluido el tiempo Pascual reanudamos el tiempo Ordinario, tiempo que nos instruye en una diversidad de temas evangélicos que nos acercan a Jesús, oyendo sus enseñanzas y reviviendo sus milagros; pero, sobre todo, llamándonos a ser sus discípulos e instruyéndonos en sus apóstoles sobre el reinado que ha venido a establecer entre los hombres y para el que, continuamente, nos llama y nos envía.

Desde Pentecostés reanudamos el tiempo Ordinario y, en él, ya hemos celebrado las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Hoy, Domingo décimo tercero, empezamos a leer la segunda parte del evangelio de San Lucas: la subida de Jesús a Jerusalén, donde va a sufrir la pasión. Jesús hoy hace hincapié en el carácter exigente de la vocación apostólica: cuando El llama, desea que se le siga sin tardanza y sin volver la vista atrás (Lucas 9, 51-62). – Ya Eliseo había abandonado el campo en que trabajaba para seguir al profeta Elías ante la llamada de Dios (I Reyes 19, 16b. 19-21). – San Pablo afirma a los Gálatas que son libres en relación a las obligaciones de la ley judía, pero que la libertad cristiana se ha de poner al servicio de los demás por amor (Gálatas 5, 1.13-18); la vocación del cristiano debe andar siempre por el sendero de la Caridad y dejarse guiar por ella; en eso estriba la verdadera libertad de que nos habla el Apóstol.

El seguimiento de Jesús es para el cristiano un acto que decide el destino de toda su vida. No podemos seguirlo y convertirnos en sus discípulos sin la decisión de compartir su suerte y vivir sus consecuencias. No olvidemos que, al beber la “Copa de salvación” a que nos invita Jesús en la Eucaristía, nos invita a compartir su suerte y asumir las consecuencias. Esas consecuencias están testificadas en los relatos evangélicos de la Pasión y en las vidas de tantos discípulos que, desde los Apóstoles, han tejido una cadena de testigos fieles y seguidores del Maestro hasta las últimas consecuencias, hasta la Cruz.