– 21 de junio de 2020 -.

Padre Joaquín Rodrٌguez

 

Queridos hermanos:

El viernes 19 de este mes de junio celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús; no es precepto, pero sí una devoción muy querida que ha dado muchos frutos de santidad, consagración y consuelo durante siglos de vida eclesial. Desde la primera Eucaristía de la Última Cena, donde el apóstol San Juan “recostó su cabeza en el pecho del Señor”, pasando por la primera fiesta al Sagrado Corazón celebrada en 1670 por el sacerdote francés Jean Eudes y las visiones recibidas por Santa Margarita María de Alacoque en 1673 y, en lo adelante, la extensión y crecimiento de esa devoción por toda la Iglesia hasta nuestros días. Devoción que, debido a su destinatario que es el mismo Cristo, podemos llamar “LA DEVOCION”. Porque la devoción al corazón de Cristo sintetiza la revelación del inmenso e infinito amor de Dios y el reconocimiento, de parte del creyente, de ese Don que contiene todos los dones. El Corazón de Jesús es nuestro lugar de descanso y solaz, refugio de afligidos y fuente de amor inagotable desde que el testigo de su muerte en la Cruz vio brotar de su costado sangre y agua y, con ellas, la nueva vida que Dios derramaba sobre la humanidad redimida.

El pasado domingo, con la Solemnidad de la Santísima Trinidad, reanudamos el Tiempo Ordinario en el cual hoy, el evangelio de San Mateo nos introduce en el ministerio apostólico, (Mateo 10, 26-33) presentándonos enseñanzas y advertencias de Jesús a sus discípulos acerca de las dificultades del mismo, pero también de la seguridad de ser asistidos y cuidados por el propio Jesús y por el Padre que lo envió: “Lo que les digo de noche díganlo en pleno día; no tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; no tengan miedo, no hay comparación entre ustedes y los gorriones”. Son frases que encontramos en la lectura evangélica de hoy y que nos enseñan a desterrar el miedo de nuestras vidas, sustituyéndolo con la confianza incondicional en Dios. – Del mismo modo había prometido Dios -que “libró la vida del pobre de manos de los impíos”- ser el amparo de Jeremías contra sus enemigos (Jeremías 20, 10-13).

-La fe de la Iglesia en lo tocante al pecado original está fundada esencialmente sobre el texto que hoy leemos en la epístola (Romanos 5, 12-15). En ella San Pablo subraya nuestra solidaridad en la condenación, a fin de exaltar nuestra solidaridad en la gracia que se nos dio en Jesucristo. La Gracia, fruto de la decisión de Dios en nuestro favor y que supera todo el mal y desorden del pecado, brota de su infinito amor; o sea, de su propia naturaleza, y supera todo el mal producto de la desobediencia del pecado primero (pecado original). El amor de Dios vence todo mal, vence el pecado y la muerte y nos da la vida: “la Vida Eterna”.