– 17 de abril de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La Pascua de Resurrección la celebramos cada año como culminación de un largo camino espiritual durante la Cuaresma y como el inicio del alegre y luminoso tiempo Pascual, que terminará en la Solemnidad de Pentecostés. Así, guiados por el Espíritu que condujo a Jesús al desierto, completaremos este tiempo espiritual renovando nuestra pertenencia a la “Iglesia del Espíritu” y enviados como mensajeros y apóstoles de ese mundo nuevo inaugurado por Cristo en su Resurrección.

Como los discípulos -Apóstoles y mujeres- fueron sorprendidos por el Resucitado, así la Iglesia y el mundo son sorprendidos siempre por este acontecimiento único en la historia de la humanidad. Acontecimiento porque anunciamos un hecho histórico con base testimonial; único por su exclusividad y, a su vez, base espiritual para la fe: origen de la Gracia que Dios derrama por su mediación y razón de pertenencia y esperanza para el creyente. Creyente no significa “crédulo”: Crédulo es quien acepta realidades y hechos no comprobados de antemano y no comprobables en modo alguno y que no llevan, al que así los acepta, a un cambio de orientación en la vida y a un compromiso.

Creyente es quien ha visto en la fe y, aceptando el testimonio de los testigos cualificados, cree el misterio, que obra en él un cambio de orientación (conversión) y el comienzo de una vida nueva iluminada por la Gracia de Dios. La iniciación cristiana, el Bautismo, es no sólo un baño purificador y regenerador, un nuevo nacimiento, sino también una “iluminación”, término éste que desde antiguo también refiere al Bautismo y a toda la iniciación cristiana. En la liturgia pascual se nos manifiesta la lucha entre la luz y l as tinieblas, entre la muerte y la vida: y al final vence la luz y prevalece la vida en el triunfo del Resucitado.

En la Vigilia Pascual hemos entrado en el misterio de esa Vida vencedora, de esa Luz resplandeciente; esta celebración única y la de mayor solemnidad de toda la Liturgia de la Iglesia, es insustituible para nuestra vivencia y comprensión del Misterio Pascual. En la Misa del Día de Resurrección San Juan nos conduce al umbral del sepulcro vacío, garantía de nuestra fe (Juan 20, 1-9). San Pedro puede afirmar con certeza que Dios ha resucitado a Jesús, Pedro mismo puede testificarlo porque ha comido y bebido con El después de su resurrección (Hechos 10, 34ª.37-43).

San Pablo, enlazando la celebración de la Pascua cristiana con la judía al presentar a Cristo como el verdadero Cordero Pascual, nos recuerda que, puesto que hemos resucitado con Cristo por el bautismo, debemos vivir de su nueva vida, y nos invita a permanecer en lo sucesivo a la espera de su retorno, (Colosenses 3, 14) o (I Corintios 5, 6b-8). En la Pascua partimos de la Fe predicada por los testigos de la Resurrección y somos enviados a reconocer al Resucitado en los hermanos y en la Fracción del Pan.