– 10 de abril de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La Noche Santa de la Pascua está cerca, nos lo anuncia la celebración de hoy. El miércoles de Ceniza comenzábamos este período penitencial en el que la Iglesia nos convoca cada año a realizar, como Pueblo de Dios, el trabajo espiritual de nuestra conversión personal ayudados por las prácticas cuaresmales, auténticos ejercicios espirituales destinados a iluminar nuestro peregrinar que ha de llevarnos por la Cruz a la Gloria del Resucitado. El Domingo de Ramos inaugura la Semana Mayor de la cristiandad; hoy somos invitados a seguir a Cristo, entrando con El en la Ciudad Santa representada por nuestro templo parroquial; también podremos, aclamando al Señor que viene a salvarnos, poner nuestras vidas en sus manos, como aquellos que lo aclamaron en Jerusalén tendiendo sus mantos al paso del Redentor.

El relato de la Pasión, que se desarrolla desde la última cena de Jesús hasta su entierro (Lucas 22, 14-23,56), queda ilustrado de modo admirable con las lecturas y el salmo que le preceden. – El canto del Siervo doliente (Isaías 50, 4-7) y el Salmo 21 (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), nos hacen participar en los sufrimientos de Cristo en su pasión: sufrimiento y abandono humano, pero certeza del triunfo. Después viene el cántico a Cristo Salvador, cuyo texto recogió la Epístola a los Filipenses: “El hijo de Dios se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso

Dios lo levantó sobre todo” (Filipenses 2, 6-11).

La Semana Santa podemos vivirla pasivamente, limitándonos a recordar los acontecimientos que en ella conmemoramos; podemos también, y mejor aún, vivirla con intensidad espiritual, celebrándola al mejor estilo de una Iglesia discipular y apostólica: Haciéndola un auténtico memorial que actualice y reviva en nosotros los misterios que nos dieron nueva vida, o sea, “la vida eterna que Cristo nos ganó en su Cruz”.

El Viernes Santo volveremos a meditar la Pasión del Señor; esta vez guiados por San Juan, el discípulo amado (Juan 18, 1-19, 42). La Iglesia nos invita a mirar desde diversos ángulos, como la vieron y predicaron los apóstoles, la Pasión del Señor y, como ellos, ser sus testigos: cada cual llevando a su vida el tesoro de gracia recibido; cada cual llevando a los hombres la riqueza de la experiencia vivida en Cristo el Señor.