– 13 de febrero de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El fundamento de toda bienaventuranza está en la fe en Jesús, la confianza en su persona y la seguridad en su amor. Este domingo meditaremos en las Bienaventuranzas, programa del Reino que nos invita a entrar en el ámbito propio de los discípulos de Jesús y sus enseñanzas. Pero las Bienaventuranzas contienen un compromiso que, para adquirirlo, nos llaman a un cambio de mentalidad, un cambio en nuestras actitudes ante el prójimo y las cosas de este mundo y, por lo tanto, a un cambio en nuestras decisiones y, finalmente, en las obras frutos de esos cambios que, en el lenguaje evangélico, llamamos CONVERSIÓN.

La forma de expresarse Jesús en el pasaje de hoy es muy parecida a la que escuchamos en la primera lectura: “Maldito quien confía en el hombre. Bendito quien confía en el Señor” (Jeremías 17, 5-8). En el colorido lenguaje oriental vétero-testamentario y con el pedagógico método de las comparaciones y la contraposición de situaciones extremas, Jeremías primero y Jesús en la versión de las Bienaventuranzas según San Lucas nos enseñan que sólo hay dos caminos: El que conduce a la vida y el que conduce a la muerte. Y, en el lenguaje bíblico, la vida es el Reino de Dios y la muerte la condenación eterna. Nuestras obras en la etapa temporal y terrena son, en definitiva, definitorias de nuestro destino eterno; sólo hay dos caminos y depende de nosotros, haciendo opciones y tomando decisiones, quienes debemos decidir nuestro destino. Dios es Amor y nos ha destinado a su Gloria, pero nosotros decidiremos si aceptamos su invitación o la rechazamos.

Las Bienaventuranzas según San Lucas van acompañadas de un número igual de maldiciones correlativas: “Dichosos los pobres… ¡Hay de ustedes, los ricos!” Si no creemos en su verdad, no seremos capaces de seguirlo; ahí está la diferencia: Creer o no, creerle a Jesús o no creerle digno de nuestra entrega. Sus palabras nos atraen, pero hay una diferencia entre la atracción puramente humana y afectiva y la atracción comprendida y asumida en la Fe.

San Pablo, que en el pasado domingo recordaba las manifestaciones de Cristo resucitado, se apoya ahora en eso para aseverar con firmeza la resurrección de todos los muertos (I Corintios 15, 12.16-20). La fe en la resurrección de los muertos no se basa en razonamientos filosóficos sobre la inmortalidad, sino que es consecuencia de la fe en la resurrección de Jesucristo; sin ésta carece de sentido el ser cristiano.

Como decíamos al comienzo de nuestra reflexión: El fundamento de toda bienaventuranza está en Jesús; como nos asegura y enseña San Pablo: es en Cristo resucitado en quien nuestra fe encuentra su significado y alcanza su plenitud. Nuestra fe radica, no en una idea, sino en la persona de Jesucristo y, éste, resucitado de entre los muertos.