– 6 de febrero de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Aquí estoy, mándame”. “Su gracia no se ha frustrado en mí”. “Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

Queridos hermanos:

He querido encabezar la reflexión que hacemos, animados por la Palabra de Dios, con las frases insignia que unen las tres lecturas de este Domingo en su contenido vocacional. Muchos textos de la Sagrada Escritura nos muestran claramente esa llamada especial de Dios; muchos otros contienen una llamada en su mensaje central y, aunque no siempre sea evidente para todos, podemos encontrar esa vibración vocacional con mucha frecuencia si leemos la Biblia motivados por esa clave de búsqueda interpretativa.

El pasado domingo oímos la vocación de Jeremías. Hoy nos narra el profeta Isaías de qué modo fue él mismo llamado por Dios (Isaías 6, 1-2ª.3-8). – Así podemos comprender mejor la vocación de Pedro, Santiago y Juan, a quienes Jesús quiso convertir en pescadores de hombres (Lucas 5, 1-11). De este modo, los apóstoles pasan a ocupar el puesto de los antiguos profetas. – San Pablo, siguiendo en su enseñanza magisterial a los Corintios, expone lo esencial de su misión de Apóstol, es decir, anunciar la resurrección de Cristo, de la que han sido testigos todos los Apóstoles (I Corintios 15, 1-11).

Siendo el último llamado, años después de la Resurrección del Señor, San Pablo asume su apostolado con gran humildad, consciente de su antigua condición de “perseguidor de la Iglesia de Cristo”. Saulo de Tarso fue, sin lugar a dudas, el mejor instruido de todos los Apóstoles, fuera del número inicial de los doce y que, posiblemente, no conoció personalmente a todos los otros miembros de la primera llamada del Colegio Apostólico.

Una combinación de carácter, inteligencia, instrucción teológica esmerada y conocimiento intelectual de la Filosofía que guiaba el pensamiento greco-romano de la época; celoso de la Ley y dócil a Cristo, su Señor hasta la muerte: Ese es el Apóstol que ha inspirado a generaciones de apóstoles, misioneros y santos en la bi-milenaria historia de la Iglesia cristiana. Así comprendemos las palabras del mismo Jesús a Ananías, el discípulo de Damasco que recibió a Saulo en la Iglesia imponiéndole las manos y bautizándolo por mandato del Señor: “Vete, pues éste me es un instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre”.

Sabiendo esto, Pablo podrá decir en su misiva a la querida y conflictiva comunidad de los Corintios: “Su gracia no se ha frustrado en mí”. Reconocimiento sincero y humilde de su respuesta a la gracia, que lo sería todo para él en lo adelante.

Isaías, conocedor profundo de los misterios que animaban el culto judío en el Templo de Jerusalén, recibe su vocación en el ámbito cúltico-espiritual en el que se mueve; los inquietos pescadores del lago de Genesaret, quedan marcados para siempre por la pesca milagrosa, señal mayor que les permite percibir la divinidad de Jesús y les impulsa a “dejarlo todo” para seguirles. – Dejémonos también nosotros entusiasmar por la Palabra de vida que hemos escuchado y por la cual Dios nos invita a dejarlo todo para seguir la llamada que, por medio de Isaías, Pablo y los Pescadores galileos, Cristo sigue dirigiéndonos hoy.