– 30 de enero de 2022 –

Padre Joaquín Rodriguez

 

Queridos hermanos:

La Fe cristiana comienza en Jesucristo y la llamada que de El recibimos a la conversión. El es el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a su Pueblo elegido por medio de los Patriarcas, con quienes funda ese Pueblo, y los Profetas, que arrojan luz con sus palabras y vidas y actualizan el llamado. De modo que el Pueblo de Dios tiene su origen en una llamada o “vocación” que Dios hace al hombre, y esta llamada viene con un contenido esencial a la conversión, o sea, al cambio radical del rumbo de la vida de aquel que es llamado.

En el Evangelio de hoy, continuación de la lectura del episodio de la sinagoga de Nazaret, se crea en torno a Jesús la división profetizada por el anciano Simeón: “Será como una bandera discutida”, signo de contradicción (Lc. 2, 34). En un primer momento, encontramos entusiasmo: “Se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. No sólo se sorprendían de su elocuencia, profundidad o modo de argumentar, sino que tocaban lo más íntimo del corazón: eran palabras portadoras de salvación que resonaban en el interior y movían a tomar una decisión respecto a Jesús. (Lucas 4, 21-30). Por fin, lo anunciado por los profetas y objeto de larga espera se realizaba en la persona de Jesús, allí en medio de ellos. Pero la luz deslumbrante y cercana encandila. Aquellos nazaretanos, tan terrenos como todos los seres humanos, no pudieron resistir esa luz intensa y empezaron a cuestionar las cualidades y procedencia del enviado: ¿No es éste el hijo de José?... y Jesús les echa en cara su incredulidad. – Este es el destino de todos los verdaderos profetas como Jeremías, destinados a contradecir las apetencias de las masas. La vocación del profeta en la primera lectura prefigura perfectamente la trayectoria de la vida de Cristo (Jeremías 1, 4-5.17-19.

El “Himno del amor”, una de las mejores páginas de san Pablo, invita a la comunidad a fijarse en lo sustancial por encima de los demás carismas: imitar y hacer propio el amor que es la esencia de Dios, no formado por deseos o preferencias sino por la donación de sí, la comprensión y la mansedumbre (I Corintios 12, 31-13, 13). Sin el Amor, sin CARIDAD, todo es vacío, vano y falso. No hablamos del sentimiento, sino de la adecuación de nuestras acciones y decisiones a la intención del Creador, que es esa fuente de Amor, que es Caridad sin sombra de egoísmo. Darse totalmente a Dios, porque es la fuente; darse totalmente al prójimo, porque es el destinatario y el único modo de darnos totalmente a Dios.

Jesús, hoy, vuelve a estar en medio de nosotros en su Iglesia. En ella y desde la proclamación de su palabra nos llama a una vida nueva. Ya hemos recibido su vida en el nuevo nacimiento bautismal, también somos llamados a recibirla en la Cena del pan y del vino, donde El se da totalmente en Comunión. En esta renovación continua de su entrega a nosotros, quiere Jesús cambiarnos y enviarnos en su nombre. Dejemos que nos cambien y nos haga ver que hoy, en medio de nosotros, está El: Resucitado y vivo para siempre.