– 16 de enero de 2022--
Padre Joaquín Rodríguez
Queridos hermanos:
La inauguración carismática de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando ésta recibe la efusión del Espíritu Santo, inicia la Nueva Creación, o sea, el Tiempo del Espíritu; éste es el tiempo de la Iglesia, que transcurrirá hasta que el Señor Resucitado vuelva a completar su obra envuelto de Gloria y Majestad. De este modo, la Iglesia del Resucitado que somos vive su día a día de Gracia y nosotros, los fieles que la formamos, vivimos y alentamos en los demás la Esperanza, renovada por los dones de Dios, que su Espíritu constantemente derrama sobre su Pueblo.
El milagro de Caná, que nos refiere el evangelio de hoy, es a la vez el primer signo operado por Jesús, un lejano vaticinio de la Eucaristía y la bendición por parte de Cristo del matrimonio humano (Juan 2, 2-23). La primera lectura pretende hacer hincapié en este último aspecto (Isaías 62, 1-5). En el pasaje de la primera carta de San Pablo a los Corintios, que hoy leemos, el Apóstol, al dirigirse a una comunidad sumamente dividida, insiste en el hecho de que, si bien en la Iglesia los ministerios pueden ser diversos, todos ellos proceden sin embargo de un mismo Espíritu (I Corintios 12, 4-11).
En el relato evangélico de hoy apreciamos un diálogo entre Jesús y su Madre, y una acción en respuesta a la petición de María, que es quien inicia ese diálogo con su Hijo recién llegado a la Boda en compañía de sus discípulos. En cada palabra y en cada gesto de este encuentro vamos a descubrir una revelación y una gracia. Nos dice el evangelio: Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. Podemos leer el diálogo completo que concluye con las palabras de María a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”.
Fijando la atención en María encontramos que es ésta la única escena en que María le pide algo a su Hijo. Este protagonismo de María nos lleva a encontrarla asociada al ministerio de su Hijo a quien, según el evangelista, adelantó su “hora”. La “Hora de Jesús” será la de su Pasión que aquí es anunciada y anticipada con el Milagro del agua convertida en vino. Ese Vino Nuevo es la sangre de Jesús que será derramada en la Cruz, pero es también la promesa de vida eterna que participamos siempre en la Eucaristía, escenificada en la Cena y realizada plenamente en la Cruz. María comprende su papel en la obra redentora de su Hijo y se nos revela como la “Madre de todos los creyentes”; toma la iniciativa ante su Hijo y luego nos invita en el mandato a los sirvientes: “hagan lo que él les diga”.
Los anhelos de felicidad del hombre, la alegría perfecta que buscamos en este mundo, quedan incompletos si Dios no viene en nuestra ayuda. En el camino de la invitación a participar de los dones y la alegría de Dios, siempre encontraremos a María invitándonos y urgiéndonos a seguirlo y a obedecerlo. Desde esa Boda en Caná de Galilea María está en medio de la Iglesia, convocándola y alentándola a seguir a su Hijo Jesús: Ella es la Madre, la Maestra de la Fe y la intercesora constante, en favor de todos sus hijos que, al pie de la cruz, le fueron confiados por su Hijo, el Hijo de Dios.