– 14 de noviembre de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La liturgia de este domingo nos deja sentir los aires apocalípticos con que la Iglesia culmina un año litúrgico y comienza el nuevo, debido a que el inicio del Adviento aparece como una continuidad de la visión del fin de los tiempos y los temas escatológicos presentes en los mismos. El domingo próximo completará otro año cristiano al celebrar la Iglesia la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Esa visión de unidad y triunfo en Jesucristo marcó fuertemente la espiritualidad de la Iglesia en los primeros siglos, lo cual podemos constatar en las pinturas murales y los mosaicos que decoran las basílicas de la época y que, aun hoy, siguen evocando la concepción gloriosa del triunfo del Resucitado: Cordero inmolado en sacrificio y, ahora, en la plenitud de su Gloria.

El evangelio nos urge hoy a que miremos hacia el cielo, de donde vendrá el Hijo del Hombre el día querido por Dios para juzgar al mundo; con ello Jesús anuncia su próxima muerte en la doble perspectiva de la destrucción de Jerusalén que iba a ocurrir antes que pasara su generación y el fin del mundo, cuyo día y hora sólo sabe el Padre (Marcos 13, 24-32).

También la primera lectura (Daniel 12, 1-3) nos habla del fin del mundo. La profecía de Daniel es un texto clásico de la literatura apocalíptica del Antiguo Testamento, que unía la venida del Mesías con el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos. La resurrección de los muertos de cara al juicio será lo que abrirá a los hombres las puertas de la vida eterna para su felicidad o para su desgracia.

La Carta a los Hebreos nos presenta a Cristo Sumo Sacerdote glorificado junto a Dios, después de haber ofrecido en sacrificio sobre la cruz su propia vida para salvar a los hombres y conducirlos a su perfección (Hebreos 10, 11-14.18). El sacrificio personal de Cristo tiene validez universal y ahora se va aplicando en el tiempo en favor de los que se arrepienten y “van siendo consagrados”.

Miguel, cuyo nombre significa “QUIEN COMO DIOS”, aparece como señal y certeza para la Fe del Pueblo elegido que peregrina en la tierra hacia la Patria Verdadera, en la que encontrará a su Señor Resucitado y glorioso, quien como Cordero Inmaculado se ofreció en Sacrificio expiatorio sobre el Altar de la Cruz, y como único y Sumo Sacerdote reina como Rey Eterno y juzga a las Naciones. Sabiendo esto que nos ha sido revelado por la Palabra de Dios, estamos llamados a vivir una vida de santidad y a orientarnos en nuestro sentir y obrar hacia ese encuentro en el que daremos cuenta de nuestras obras; mensaje alertador que debiera hacer reflexionar a todo creyente, en un mundo confundido por la soberbia, la avaricia y la sed de poder: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” dice el Señor. “El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”.