– 31 de mayo de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El Tiempo pascual concluye con la revelación de su verdadero carácter: “es el tiempo del Espíritu Santo”. El Libro de los Hechos de los Apóstoles, del que tomamos las primeras lecturas durante todo el tiempo pascual hasta hoy, día de su conclusión, es el Libro de la Iglesia y, a su vez, el Libro del Espíritu; el mismo comienza con el relato con que terminan los evangelios sinópticos, incluido el de Lucas: con el envío apostólico en referencia directa y existencial al envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles y toda la comunidad de los discípulos. La Ascensión pues, resulta un anticipo de ese “Don” ligado al propio envío a la misión que Jesús les deja como tarea a los “suyos que quedan en el mundo” para ser sus Testigos ante todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Por la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés, el Misterio Pascual de Cristo ha llegado a su pleno cumplimiento. El Espíritu Santo nos prepara con su gracia con el fin de llevarnos a Cristo. El nos manifiesta al Señor resucitado, abriendo nuestras mentes. El hace presente el misterio de Cristo y nos reconcilia, conduciéndonos a la comunión con Dios. El Espíritu Santo perfecciona interiormente nuestro espíritu, comunicándole un nuevo dinamismo de modo que nos convirtamos, abandonando el mal por el amor, orientando nuestras vidas en un espíritu de libertad y osadía para el bien y concediéndonos el coraje que nos haga vencer todo miedo ante la oposición de un mundo animado por el espíritu del mal.

Las tres lecturas de hoy hacen notar el hecho de que el Espíritu Santo fue dado a los Apóstoles en relación con su misión. Esto es lo que se deduce del relato evangélico (Juan 20, 19-23) y de la descripción del suceso de Pentecostés del libro de los (Hechos 2, 1-11). En cuanto a San Pablo, nos presenta aquí al Espíritu como principio de la unidad de la Iglesia en la diversidad de sus ministerios

(I Corintios 12, 3b-7 . 12-13). Si leemos la lectura apostólica propuesta para la Misa de la vigilia de Pentecostés (Romanos 8, 22-27), completaremos la meditación, porque en ella San Pablo analiza la acción íntima del Espíritu en cada uno de los fieles. Esto nos ayudará a valorar y practicar la oración al Espíritu Santo: Solemos orar iluminados e inspirados por el Espíritu Santo. Tal vez, para que nuestra oración nos conduzca a una completa madurez espiritual, deberíamos probar también orar al Espíritu Santo como solemos hacer al dirigirla al Padre y al Hijo; probemos y veremos qué dulce y qué bueno es el Señor.