– 24 de octubre de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy contemplamos a Jesús escenificando con sus discípulos la “subida a Jerusalén” en clave de peregrinación; así nos invita, desde el Evangelio, a vivir de nuevo la experiencia del Pueblo Peregrino cuyo itinerario, desde la profundidad de nuestra indigencia, nos debe conducir hacia la Patria definitiva representada aquí por la Ciudad Santa de Jerusalén. El itinerario de la vida del cristiano debe conducirlo siempre desde la Jerusalén terrena hacia la verdadera y definitiva Jerusalén: la Celeste, la verdadera Patria de los hijos de Dios.

Después de haber anunciado su Pasión y haber aleccionado a sus discípulos de la necesidad de participar con El, bebiendo del mismo Cáliz y entregando su vida en el servicio como señal liberadora y compromiso ineludible, Jesús emprende su “subida” que culminará en la Cruz. En el punto geográfico más bajo, Jericó, donde empieza esa subida física hacia Jerusalén, Jesús da la vista al ciego Bartimeo, quien lo sigue por el camino con mayor conciencia y mejor disposición que los propios discípulos (Marcos 10, 46-52). La peregrinación de cuarenta años por el desierto purificó a Israel y lo capacitó para tomar posesión de la Tierra Prometida; el ciego Bartimeo deja atrás su vida pasada (tira el manto) y, al ser iluminado recibiendo la vista, sigue a Jesús en libertad. Podemos ver en este milagro una semblanza del Bautismo cristiano, en el que somos lavados del pecado e iluminados por la Gracia en el Espíritu.

Ciegos y cojos componen la multitud que el Profeta vislumbra en la multitud triunfante, el resto fiel, que regresa del exilio a la patria, a Jerusalén (Jeremías 31, 7-9).

Cristo es Sumo Sacerdote, consagrado por el Padre: ”Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. En su humanidad, que comparte con nosotros, nos representa a todos en el culto que ofrece a Dios en favor nuestro, como Hijo que comparte la misma naturaleza del Padre: su Divinidad. En su Sacerdocio Eterno participamos todos los bautizados, los redimidos por su sangre (Hebreos 5, 1-6). Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres, es el sacerdote ante Dios en favor de la humanidad entera.

Jesús, el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, realiza su ministerio constantemente en su Iglesia y, por ella, en el mundo entero. El evangelio de hoy nos muestra algunas señales que también Dios espera de nosotros, los redimidos por la sangre de Cristo. Como el ciego de Jericó, también nosotros somos llamados a reconocer a Jesús como el Mesías, el hijo de David; no podemos desvincular a Jesús y su obra redentora del camino de su Pueblo querido por Dios, de la Historia de Salvación que Dios ha querido escribir con su Pueblo elegido. También la súplica humilde y confiada del ciego nos invita a partir siempre de esas actitudes (humildad y confianza) para acudir a Dios, sabiendo que El nos concederá lo que nos conviene y que su Amor y su Gracia superan todo lo que podamos desear.