– 3 de octubre de 2021 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La primera lectura de este domingo nos enseña, de modo gráfico, que Dios creó al hombre y a la mujer para que formasen en el matrimonio una pareja estable, siendo ambos componentes iguales en esa relación única que establece la familia humana, destinada a la procreación, la ayuda mutua y la realización de una felicidad enraizada y nutrida en y por el amor (Génesis 2, 18-24). El matrimonio, y la familia que se establece con el mismo, deben reflejar, para la misma familia y para la sociedad circundante donde se inserta, la naturaleza de donde brota, que no es otra que la del mismo Creador, que es el mismo Amor.

En el evangelio del día Jesús cita este pasaje del Génesis para responder a una pregunta de los fariseos sobre el divorcio; Jesús responde afirmando la intención de Dios en esta unión que, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, ha llegado a ser Sacramento de unión del hombre y la mujer y camino de salvación para ambos, transitado en el mismo Amor de Dios que nos ha sido manifestado en Cristo. El texto está lleno de referencias simbólicas que apuntan a revelarnos el “misterio del amor de Dios en la relación conyugal” y de la interdependencia de ambos en una unión que se realiza en la armonía del respeto mutuo, a partir de un reconocimiento de su igualdad y de una misma dignidad de origen.

La palabra “sumeria” originaria de la “costilla” que Dios le extrae a Adán (hecho de la tierra) para formar a Eva (madre de todos los vivientes) significa “VIDA”, y con ella comprendemos la intención evidente del autor sagrado de presentarnos al HOMBRE, en su doble vertiente de VARON y HEMBRA, como partícipes de una misma vida que, al brotar del propio Creador, les confiere la misma dignidad de origen.

Jesús, cuando alude en el evangelio a este texto, pronuncia una condena definitiva contra el divorcio: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10, 2-16). La escena con que termina el texto de hoy en que Jesús acoge y abraza a los niños contiene un doble mensaje: La ternura hacia ellos y el mandato a acogerlos y protegerlos, cosa que en la sociedad de la época no era contemplada ni practicada habitualmente.

Por otra parte, recibimos la llamada a aceptar el reinado de Dios con la humildad y sencillez que acompañan a la niñez, asumiendo el Evangelio con espíritu de niños, de pobres que todo los esperan de Dios.

Hoy comenzamos a leer fragmentos escogidos de la carta a los Hebreos, documento anónimo dirigido a los cristianos procedentes del judaísmo, en el que se quiere demostrar la superioridad del sacerdocio y del sacrificio de Cristo sobre los ritos de la antigua alianza que se realizaban en el templo de Jerusalén (Hebreos 2, 9-11). Jesús es el Hijo de Dios, pero también es hermano nuestro; al salvar a todos los hombres por medio de su muerte, les aúna en una sola raza para conducirlos a todos hacia Dios.