– 29 de agosto de 2021 -

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

En Cristo, Dios y el hombre se han unido en una sola persona, ya no puede existir una religión donde se pueda honrar a Dios sin amar al hombre, no puede existir una ceremonia dirigida solo a Dios sin que implique a toda la persona humana. Y queda claro que el hombre por sí solo no puede hacerlo, es un don, es la vida recibida en Cristo en la que nos injerta el Espíritu Santo.

Este domingo volvemos a la lectura del Evangelio de Marcos, y en él se llega al pasaje donde Jesús critica la perversión de la Ley de Moisés hecha por los intérpretes posteriores y los fariseos. La antigua Ley era sabia y justa en grado superior a las de los demás pueblos (Deuteronomio 4, 1-2.6-8) y Jesús la respetaba, pero criticaba la hipocresía de un cumplimiento externo, sin atender a la pureza de conducta que nace del corazón (Marcos 7, 1-8.14-15.21-23). El código de alimentos puros e impuros fue abolido definitivamente por la Iglesia apostólica, conforme al espíritu de Cristo, en el concilio de Jerusalén (Hechos Cap. 15); encontramos también una revelación especial en el envío de Pedro a Cornelio en Hechos Cap. 10.

En Mateo 9, 13 leemos: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. Esa es la mente de Dios revelada en su Hijo Jesucristo, Palabra viva y eficaz del Padre. -En la discusión con los fariseos y letrados que sigue a sus críticas a los discípulos que “comen con manos impuras”, Jesús los llama hipócritas, citando a Isaías (29, 13): “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Con frecuencia en la Iglesia han ocurrido discusiones por estos asuntos, vacías de contenido, y que provocan divisiones en el Cuerpo de Cristo; todo esto atenta a la Unidad y la Caridad y nunca procede de Dios; sí procede del espíritu del mal que trabaja donde están presentes la ignorancia y la soberbia. El desconocimiento de la razón de los ritos y las expresiones externas en el culto, del significado y la diferencia de “tradición” y “tradiciones”, un sentido unívoco de la Ley desligada de la Vida y de la Fe.

Hoy comenzamos la lectura de la carta de Santiago, identificado tradicionalmente con el “pariente del Señor” y jefe de la Iglesia de Jerusalén. En su carta, el Apóstol nos previene contra una fe abstracta, desencarnada y sin compromiso en las obras buenas que prueben su autenticidad (Santiago 1, 17-18.21b-22.27).

El culto cristiano, cuyo punto culminante es la celebración eucarística, consiste a la vez en el servicio del hombre a Dios y al prójimo y en la recepción, por parte de los fieles, de los dones de Dios. Ambas cosas están siempre presentes y dejaríamos de dar verdadero culto a Dios si omitimos el servicio al hombre, que consiste en la instrucción de la Fe y el envío apostólico; todo presentado y realizado en la búsqueda y consecución de la Unidad en el Amor y, por tanto, en la realización de la Caridad, ley suprema de Cristo a su Iglesia.