– 15 de agosto de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La fiesta de la Asunción (o Dormición, como la llaman los orientales) de la Virgen, nos recuerda el tránsito de María de este mundo al Padre, es decir, su pascua. La Madre íntegra del Hijo de Dios no podía corromperse en el sepulcro; por esto, manifestamos nuestra fe utilizando las mismas palabras con las que el Papa Pio XII declaró el Dogma de la Asunción de la Virgen María con la Constitución “Munificentisimus Deus”, el 1º de noviembre de 1950: “pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.

Es un honor para la Iglesia manifestar las glorias de María; ella no es nada y nada posee, que no haya recibido de Dios; ella es toda gracia, la “llena de gracia” como le reveló Dios por mediación de su enviado celestial: el Arcángel Gabriel. Ella es “bendita entre todas las mujeres”, como la declara Isabel inspirada por el Espíritu Santo, por ser la elegida Madre del Redentor. Dios la predestinó para El y ella eligió ser totalmente de Dios.

La lectura del texto del Apocalipsis, referente a la señal de la mujer, anuncia en primer lugar el combate de la Iglesia contra las fuerzas del mal. La Iglesia ha triunfado sobre el pecado y sobre la muerte en María (Apocalipsis 11, 19ª; 12, 1-6ª.10ab). San Pablo evoca a continuación la resurrección de Cristo y de los cristianos. Pero entre éstos y Aquel, se encuentra María, la Madre de Cristo y la primogénita de los cristianos (I Corintios 15, 20-26).

En el evangelio escuchamos cantar a María: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí” Lucas 1, 39-56). Concluyamos nuestra meditación con las palabras del Prefacio propio de la fiesta, donde la Iglesia nos invita a proclamar, para gloria de Dios, su obra en María, la Madre del Hijo de Dios:

“Hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra. Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.