– 25 de julio de 2021 –

Padre Joaquin Rodriguez

 

Ya que somos un solo cuerpo con Cristo, el apóstol San Pablo nos invita a vivir este misterio de unidad en nuestra vida cotidiana: “Sobrellévense mutuamente con amor”, “mantengan la unidad del Espíritu” (Efesios 4, 1-6).

Queridos hermanos:

Al ser tentado en el desierto, según leemos en los Evangelios Sinópticos, Jesús responde a Satanás: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; Hoy lo vemos en el evangelio (Juan 6, 1-15) repartiendo él mismo el pan a la multitud que desfallece de hambre. En el desierto, cuando el Pueblo de Dios peregrinaba al huir de Egipto en camino a la Tierra Prometida, Dios también les dio pan: el maná que los sostendría providencialmente en la esperanza de alcanzar su meta: la tierra de Canaán, donde tendrían una patria para siempre.

Durante cinco domingos consecutivos leeremos el capítulo seis del evangelio según San Juan y, en el mismo, el discurso del Pan de Vida: enseñanza central de Jesús sobre el misterio de la Eucaristía y sobre su eficacia y necesidad para que tengamos vida eterna. La Eucaristía, en la Iglesia de Cristo no es, por tanto, un tema colateral u opcional; podríamos definirlo como uno que es totalmente esencial y fundacional de la Iglesia. Este discurso es introducido mediante el relato de la multiplicación de los panes y los peces en el desierto. Insistimos en que Juan pone el acento, no en el alimento providencial, sino en su valor de “signo” sacramental; dejando a un lado los peces; también vemos a Jesús mismo, no a los apóstoles, repartiéndolos a la gente.

Como en la última Cena, Jesús es el servidor; hace que el signo se extienda en una acción sagrada de perpetuidad: En el Cenáculo Jesús lavó los pies a sus discípulos y luego les repartió el pan que había partido y, en el pan, les dio su Cuerpo en Comunión para la vida del mundo. La primera lectura hoy nos recuerda un milagro semejante, realizado por el profeta Eliseo (II Reyes 4, 42-44).

Ya que somos un solo cuerpo con Cristo, el apóstol San Pablo nos invita a vivir este misterio de unidad en nuestra vida cotidiana: “Sobrellévense mutuamente con amor”, “mantengan la unidad del Espíritu” (Efesios 4, 1-6).

Para concluir quiero compartir una meditación de San Efrén (Diácono maestro en la escuela de Edesa, Mesopotamia, que vivió entre 306 y el 373), autor en lengua siríaca; un verdadero ejemplar de exégesis alegórica: LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES: “En el desierto, nuestro Señor multiplicó el pan, y en Caná convirtió el agua en vino. Acostumbró el paladar de sus discípulos a su pan y a su vino, hasta el momento en que les daría su cuerpo y su sangre. Les dio estas pequeñas cosas generosamente, para que supieran que su don supremo sería gratuito.

Se los dio gratuitamente, aunque habrían podido comprarlos, ya que, si bien podían pagar el precio del pan y del vino, sin embargo no podrían pagar su cuerpo y su sangre. Nos dio estos dones gratuitamente para atraernos, con el fin de que fuéramos a él y recibiéramos gratuitamente este bien inmenso de la Eucaristía. -Estas pequeñas porciones de pan y de vino que nos dio eran dulces a la boca, pero el don de su cuerpo y de su sangre es útil para el espíritu.

Nos atrajo con estos alimentos agradables hacia el palacio, con el fin de acercarnos a lo que da vida a nuestras almas. La acción del Señor lo puede todo: multiplicó un poco de pan. Lo que los hombres hacen y transforman en diez meses de trabajo, sus diez dedos lo hicieron en un instante. De una pequeña cantidad de pan surgió una multitud de panes; fue como en el momento de la primera bendición: “Sean fecundos, multiplíquense, cubran la tierra”.