– 27 de junio de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La resurrección de la hija de Jairo, como las otras obradas por Jesús, manifiesta la llegada del Reino de Dios y anuncia la verdadera vida gloriosa que inauguró la propia resurrección del Señor (Marcos 5, 21-43). Comienza así la restauración del orden que, en los orígenes de la creación, ha sido querido y realizado por Dios; ese orden ha sido dañado gravemente por los pecados de los hombres (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25). – En su carta a la comunidad de Corinto (II Cor. 8, 7-9. 13-15), San Pablo pide ayuda para los pobres de la Iglesia de Jerusalén. El Apóstol hizo una colecta entre las comunidades procedentes de la gentilidad en favor de la Iglesia Madre, como se lo habían pedido Pedro y Santiago durante su primera estancia en aquella ciudad.

Es, sobre todo San Pablo quien, en diversas circunstancias de la Iglesia de la primera generación, nos alecciona acerca de la práctica, común en la Iglesia, de hacer colectas en favor de los necesitados. En esta ocasión será dedicada para socorrer a la Iglesia de Jerusalén, muy empobrecida después de aquella experiencia original en la que “todo lo tenían en común”; práctica surgida de una estrecha fraternidad entre sus miembros que esperaban la vuelta de Cristo en su propio tiempo. Una mejor comprensión de la promesa del Señor llevaría a la Iglesia a una actitud de espera que, sin excluir esa venida final en el tiempo, nos permite integrarla más en el “tiempo del Espíritu” que en la inmediatez de la etapa terrena de la vida y de la Iglesia.

La resurrección de la hija de Jairo, relato que leemos en el evangelio del día, constituye una manifestación de la victoria de Cristo sobre la muerte. “Dios no hizo la muerte”, proclama el libro de la Sabiduría, “todo lo creó para que subsistiera”, “Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo”. En el relato evangélico de este acontecimiento salvífico y revelador, Jesús nos señala también el camino y la opción fundamental por la vida en nuestra vocación cristiana. En medio del relato encontramos otro que nos atrae a considerar esa relación personal e íntima indispensable para acceder a la salvación en Cristo: “La mujer que sufría de flujo de sangre, curada por su fe al tocar el manto de Jesús”.

En medio de una multitud que lo apretuja, Jesús siente que de El ha emanado una fuerza curativa. Aparentemente un milagro menor en el relato de una resurrección, esta escena captura nuestra mirada e imaginación, y nos llama a considerar que, los caminos de la Gracia que nos trae la salvación, son caminos exclusivos de Dios; pero también nos enseña que siempre son necesarios los medios humanos y esa respuesta del hombre al deseo de Dios, de que nos acerquemos a El con humildad y confianza: “Humildad y Confianza” son dones escasos en el mundo presente, pero abundan en el pueblo que busca a Dios y vive de su Palabra.