– 20 de junio de 2021 –

Padre Joaquin Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Ya a los antiguos inspiraba temor el mar tempestuoso, así como a los apóstoles en la barca, como leemos en el evangelio de este domingo; en el mismo, Jesús nos muestra su poder sobre el viento y el mar, signo de su divinidad y, a su vez, señal de lo que deberá ser una constante para todo aquel que escuche su llamada y lo siga: la confianza ilimitada de que el Señor nunca duerme, que siempre está con nosotros, siempre alerta a los peligros que nos acechan.

En la primera lectura Dios, hablando desde la tormenta, le recuerda a su siervo Job que El es el único dueño de la creación (Job 38, 1.8-11). Con ocasión de apaciguar la tempestad Jesús hace que sus discípulos se propongan el interrogante acerca de su origen divino (Marcos 4, 35-40). – San Pablo revela hoy el secreto de su vida: el amor de Cristo le ha conquistado. Este amor, que ha hecho de él una criatura nueva, le confiere una visión renovada del mundo: “Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo”

(II Corintios 5, 14-17).

El amor de Cristo nos apremia; el resultado es una respuesta espontánea, pero de una urgencia que no permite un largo discernimiento a pesar de que Cristo, cuando nos llama, nos lo pide todo. Debiéramos detenernos aquí, porque el seguimiento de Cristo nos exige una opción radical; ser cristiano no consiste solamente en tener una creencia, una religión: consiste más bien en un lanzarse al camino en el seguimiento de Aquel que, con su amor y entrega total, ha cambiado nuestra vida llenándola de sentido, de pasión, de Luz. Ésa es la razón de la vida de un San Pablo y de todos los que, a lo largo de los siglos, han sido los testigos de Cristo, de su entrega y de su amor sin límites a todos sus hermanos por quienes murió en la Cruz.

Hoy celebramos el Día de los padres: Siempre los recordamos en la Eucaristía y encomendamos al Señor sus vidas, por los vivos y los difuntos. Nuestro mundo sufre mucho la ausencia del padre en las familias. El fracaso del amor entre esposos se refleja principalmente en los hijos, y estos sufren con demasiada frecuencia la ausencia del padre, necesaria en todo momento para que puedan crecer con madurez y seguridad. Oremos por nuestros padres y, especialmente, por aquellos empeñados en proteger y educar a sus hijos en estrecha y amorosa colaboración con sus esposas, a quienes les han prometido fidelidad y amor sin límites.