– Domingo 30 de mayo de 2021. –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Concluido el tiempo Pascual, la Iglesia reanuda el tiempo Ordinario celebrando la Solemnidad de la Santísima Trinidad. No es ésta la celebración de un evento de la historia de la salvación, sino que hoy celebramos el Misterio que nos revela la verdad de Dios y de su vida íntima que, aunque no podemos llegar a comprenderla en su misma naturaleza, sí podemos acercamos con asombro y amor reverente al Dios que, desde su altura, ha querido mirarnos como hijos y comunicarnos su amor de predilección.

Siempre la contemplación de este misterio me sugiere pensarlo en clave coloquial en la que los padres terrenos expresan a sus hijos el amor que sienten con caricias y besos, logrando al fin que sus criaturas respondan también con expresiones de gozo y ternura. La comunicación sensible, tan necesaria para nosotros, es usada por Dios para hablarnos de su amor, la misma culmina con el envío, “al final de los tiempos”, del “Hijo de su Amor”.

En la primera lectura leemos que Dios se revela a Moisés como el Santísimo, el que habla en medio de la llama y, a la vez, como el Muy Cercano, el que camina en medio de su pueblo (Deuteronomio 4, 32-34.39-40). – Los hombres descubrieron en Jesucristo que Dios tenía un Hijo, igual a El, quien nos dio el Espíritu, que nos hace ser hijos del Padre y herederos de Dios (Romanos 8, 14-17). - Por esto, de conformidad con lo ordenado por Jesús, la Iglesia bautiza a los creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28, 16-20).

La Iglesia, en la celebración de los misterios divinos, dirige su oración en todo momento al Padre, por medio del Hijo y en la comunión del Espíritu Santo. Como criaturas somos limitados por nuestra propia naturaleza; sin embargo ésta es obra del Dios Creador, quien nos ha habilitado para percibir las realidades y los dones espirituales; nos limita la “carne”, pero nos potencia el “Espíritu”; por El podemos adentrarnos en el mundo de Dios y llegar a clamar con Jesús “Abba”-“Padre”. Más que invitados a comprender y definir, Dios quiere que contemplemos su amor y entremos en esa relación única y personal con El, relación de amor y ternura, como pequeños hijos, pero capaces de respirar su Espíritu en el gozo de su Gloria, para siempre.