Miguel Otero Silva

Venezuela

 

Cuando de mí no quede sino un árbol,

cuando mis huesos se hayan esparcido

bajo la tierra madre;

cuando de ti no quede sino una rosa blanca

que se nutrió de aquello que tú fuiste.

Y haya zarpado ya con mil brisas distintas

el aliento del beso que hoy bebemos;

cuando ya nuestros nombres

sean sonidos sin eco

dormidos en la sombra de un sonido insondable;

tu seguirás viviendo en la belleza de la rosa,

como yo en el follaje del árbol

y nuestro amor en el murmullo de la brisa.

 

¡Escúchame!

Yo aspiro a que vivamos

en la palabra de los hombres.

Yo quiero perdurar junto contigo

en la savia profunda de la humanidad:

en la risa del niño,

en la paz de los hombres,

en el amor sin lágrimas.

 

Por eso,

como habremos de darnos a la rosa y al árbol,

a la tierra y al viento,

te pido que nos demos al futuro del mundo...