Alfonsina Storni, Argentina

 

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada .

 

Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.

 

Tú que hubiste todas

las copas a mano,

de frutos y mieles

los labios morados.

Tú que en el banquete

cubierto de pámpanos

dejaste las carnes

festejando a Baco.

Tú que en los jardines

negros del Engaño

vestido de rojo

corriste al Estrago.

 

Tú que el esqueleto

conservas intacto

no sé todavía

por cuáles milagros,

me pretendes blanca

(Dios te lo perdone),

me pretendes casta

(Dios te lo perdone),

¡me pretendes alba!

 

Huye hacia los bosques,

vete a la montaña;

límpiate la boca;

vive en las cabañas;

toca con las manos

la tierra mojada;

alimenta el cuerpo

con raíz amarga;

bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha;

renueva tejidos

con salitre y agua:

 

Habla con los pájaros

y lévate al alba.

Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas

se quedó enredada,

entonces, buen hombre,

preténdeme blanca,

preténdeme nívea,

preténdeme casta.

 

BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA

 

La poetisa argentina Alfonsina Storni nació siendo muy pobre, su infancia transcurrió en la calle, y el primer libro de su vida necesario para el aprendizaje, tuvo que robarlo. Con muchos esfuerzos logra obtener una educación y ocupar el puesto de maestra en un pequeño pueblo, donde conoció al padre de su futuro hijo. El matrimonio entre ellos era imposible, y Alfonsina tuvo que abandonar la escuela y marcharse a Buenos Aires. De repente se encontró en una gran ciudad sola, con un bebé en sus brazos, sin dinero, sin trabajo, sin un techo sobre su cabeza. Milagrosamente logró encontrar empleo en una empresa comercial, donde en los pocos momentos libres se trasladaba mentalmente al mundo de la poesía. «Escribí poesía, para no morir» -, dijo más tarde.

El primer libro publicado por la autora fue “La inquietud del rosal” (1916), atrayendo la atención de los lectores, y la crítica lo aceptó muy bien. El éxito del libro ayudó a la escritora a emplearse como profesora en el colegio de la capital y seguidamente uno tras otro, se publican sus poemas: «El dulce daño» (1918), » Irremediablemente» (1919), «Languidez» (1920) etc. Hasta ella llega una feliz década marcada por la creatividad y la actividad social, recibiendo varios premios literarios. Sin embargo, la larga soledad no abandonó a la poetisa. La lucha espiritual absorbió su fuerza, llevándola a una crisis nerviosa, y cuando la misma fue superada, una enfermedad incurable tocó a su puerta y Alfonsina se suicidó.