POR ANA ECHEVERRÍA ARÍSTEGUI

 

Catalina II fue una zarina excepcional tanto por sus dotes políticas como por su capacidad intelectual. Se la recuerda como la perfecta déspota ilustrada.

Mientras vivió, Catalina II de Rusia jamás aceptó que la llamaran “la Grande”. Rechazó formalmente el título en 1764 cuando se lo ofrecieron los miembros de la Asamblea Legislativa, irritada por la pérdida de tiempo que les había supuesto dedicar varios debates a semejante nimiedad. No se lo consintió tampoco a su amigo, consejero y marchante Friedrich Melchior von Grimm, que la aduló así por carta. Y ni se le pasó por la cabeza tomarse en serio los rebuscados halagos de Voltaire, que sin rubor alguno la llamaba “santa Catalina”.

Fuera sincera o no, la posteridad hizo caso omiso de su modestia y le encasquetó el título de “Grande” apenas puso el pie en la tumba. Con razón, porque lo fue. Sus logros solamente pueden compararse a los de su antecesor Pedro I. Estos son los rasgos más destacados de su reinado:

Conquistadora

Como monarca, Catalina fue grande en ambición política y militar. Supo mantener a raya a Federico II de Prusia, el otro gigante político de la época. Arrebató territorio a los turcos y fundó los puertos de Odessa y Sebastopol para dotar a su imperio de una salida al Mediterráneo a través del mar Negro. También convirtió Polonia en un país satélite, sentando en su trono a un rey títere.

Coleccionista de arte

A lo largo de su reinado, reunió la colección real de arte más importante de Europa, y fundó con ella el Hermitage de San Petersburgo. La pasión cosmopolita de Catalina por la arquitectura neoclásica, la pintura holandesa y flamenca, los jardines ingleses y los enciclopedistas galos fue el caldo de cultivo que hizo posible que, en los siglos siguientes, pudieran existir Tolstói, Dostoievski, Chéjov, Tchaikovski, Stravinski o Diaghilev.

Ilustrada

La reina se preocupó por atraer a su corte a arquitectos, filósofos, científicos y artistas. Además, adquiririó la biblioteca completa de Diderot y se carteó asiduamente con D’Alembert y Voltaire. También dotó al país de un sistema sanitario y fue pionera en promover la inmunización contra la viruela. Abrió hospitales, colegios y orfanatos. En tres décadas de reinado, dio la vuelta a la imagen que se tenía de Rusia en el resto de Europa. En vez de un país arcaico, de clima inhóspito, gobernado por bárbaros, empezaron a considerarlo una potencia exótica, acaudalada y culta.

Múltiples amantes

Vivió tres grandes romances en su juventud, ninguno de ellos con su marido. A medida que los años y los kilos ensanchaban su cuerpo, sus amantes se volvieron cada vez más jóvenes, atractivos e insignificantes.

Absolutista convencida

Catalina era una mujer natural, cercana, risueña, enemiga de las solemnidades y muy trabajadora. Entendía la autocracia como el arte de dar órdenes que pudieran cumplirse. Sin embargo, esta mujer culta y encantadora no dudó en derramar sangre cada vez que lo consideró necesario.

Casada a la fuerza

La monarca no se llamaba Catalina. Su nombre real era Sofía. Era hija de un príncipe alemán de segunda categoría. La sucesión a la Corona rusa después de la muerte de Pedro I el Grande se convirtió en un asunto enrevesado. La nueva emperatriz, Isabel I, que necesitaba un heredero, adoptó a su sobrino adolescente Pedro, nieto de Pedro I.

Para completar la estampa, solamente quedaba casar a Pedro. Sofía de Anhalt-Zerbst, que por entonces tenía catorce años, fue escogida como esposa por su aparente irrelevancia política. En 1744, Sofía se convierte en Catalina, al renunciar públicamente al luteranismo y abrazar la fe ortodoxa. Un año después se celebró el matrimonio.

Malas relaciones

La unión resultó un fiasco. Si nos fiamos de las memorias de Catalina, que, por supuesto, no son imparciales, Pedro era un memo integral: ignorante, alcohólico, infantil, inseguro y arrogante. Además, durante ocho largos años, el matrimonio quedó sin consumar. Por fin, en 1754, ella dio a luz a su hijo Pablo, que rápidamente fue apartado de su madre. A la muerte de la emperatriz Isabel, las desavenencias entre Catalina y Pedro no hicieron sino aumentar. Él llegó a llamarla estúpida durante un banquete oficial.

Una rusa perfecta

Catalina se desvivió por convertirse en la perfecta gran duquesa. Se empapó de la lengua, la historia y las costumbres de su nuevo país, hasta el punto de contraer una grave neumonía por levantarse descalza a estudiar por las noches, un incidente que le granjeó una enorme popularidad entre sus futuros súbditos. Al cabo de poco ya era más rusa que el Kremlin.

Usurpadora

Catalina decidió hacerse con todo el poder a costa de su inútil marido y buscó aliados para una conspiración. Uno de ellos, un oficial de artillería llamado Grigori Orlov, se convirtió en su nuevo amante y le proporcionó contactos en el Ejército. Mientras la popularidad de su esposa crecía, el zar Pedro III cavaba su propia tumba con reformas impopulares de carácter germanófilo.

El 28 de junio de 1763, Catalina era proclamada autócrata en San Petersburgo. Al día siguiente, se embute en un uniforme y encabeza un ejército que, al final, resulta más decorativo que necesario. Tras 186 días de reinado, Pedro III abdicó sin oponer resistencia. No vivió mucho más. Unos días más tarde muere estrangulado; no por orden directa de la zarina, pero sí con su beneplácito.

Reforma jurídica

Catalina dedicó los primeros esfuerzos de su reinado a renovar el anticuado código legal ruso, que llevaba más de un siglo vigente y consistía en una maraña de normas contradictorias y obsoletas. Para ello, convocó una asamblea nacional con 564 delegados, desplazados a Moscú desde todas las provincias del Imperio. Cada uno de ellos recibió un ejemplar de la Nakaz, una extensa guía de recomendaciones legislativas redactada por la propia emperatriz en el transcurso de dos años. Se trataba, en realidad, de un refrito práctico de las ideas del barón de Montesquieu, John Locke y Cesare Beccaria.

En su libro, la emperatriz defendía a capa y espada el absolutismo, pero se presentaba como una monarca moderada, pero los artículos más reformistas se borraron de la versión final. La Asamblea Legislativa, no obstante, fue una estrepitosa decepción. Los delegados no estuvieron a la altura y se dedicaron a intentar aumentar o blindar sus privilegios frente a los otros estamentos. El nuevo código legal jamás llegó a escribirse.

Buena abuela

La relación con su hijo Pablo nunca fue buena. En realidad, Catalina no ejerció de madre hasta que fue abuela. No la dejaron criar a su hijo mayor. Se resarció tomando bajo su protección a sus dos nietos mayores, Alejandro y Constantino. Prácticamente se entrometió en todo, eligió sus nombres, supervisó su educación y previó para ambos un destino glorioso que no llegó a cumplirse. Constantino no pudo heredar Turquía y Grecia, como su abuela había querido. Alejandro fue un buen zar, pero sin el genio y la fortaleza de espíritu de Catalina. Como la Grande, no hubo más que una. La emperatriz falleció a los 67 años.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 585 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. .

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-moderna/20190623/47314214864/catalina-grande-logros-usurpadora.html