(Una visión íntima de la vida de José Antonio Echeverría Bianchi)

Por Lucy Echeverría Rodríguez.

 

En el curso de los últimos 53 años, desde su muerte aquel fatídico 13 de marzo de 1957, la imagen y la historia de mi hermano José Antonio han sido interpretadas a la luz de acontecimientos políticos o tergiversadas por una tiranía que ha utilizado su memoria para objetivos totalmente contrarios a sus convicciones y sentimientos. José Antonio era un espíritu sublime y un idealista que recurrió a la lucha armada cuando se cerraron todas las puertas de una solución civilizada y pacífica a la tragedia desatada por la dictadura batistiana que destruyó nuestras instituciones políticas el 10 de marzo de 1952.

En una Cuba democrática José Antonio se habría dedicado a su profesión de arquitecto o habría  sido profesor y quizás hasta sacerdote. Siguiendo la prédica martiana, se habría dado a la tarea de “crear hombres para fundar pueblos”. En ese sentido, puedo afirmar con toda tranquilidad, justicia y orgullo que mi hermano fue un héroe iluminado que, con su luz, trató de alumbrar el camino de nuestra patria hacia la libertad y la democracia.

Haciendo un esfuerzo supremo para dominar las emociones que me embargan me propongo presentar en estas breves líneas no al José Antonio patriota y líder estudiantil, dos virtudes que lo adornaron en demasía, sino al hijo amoroso, al hermano protector y al siervo de Cristo. El José Antonio que la revolución ha escondido para usurpar su nombre y poner su memoria al servicio de una tiranía oprobiosa.

Jose Antonio nació el 16 de julio de 1932, primer hijo del matrimonio formado por Conchita Bianchi Tristá y Antonio de Jesus Echeverria. Vió la luz en una casa de puerta gigantesca y estilo colonial, ubicada en la calle Jenes No. 242, entre Coronel Verdugo y Calzada, en la emblemática Ciudad de Cárdenas. La ciudad escogida por el General Narciso López para hacer hondear por primera vez en suelo cubano la bandera de la estrella solitaria el 19 de mayo de 1850, y que en el futuro sería conocida como Ciudad Bandera.  Era el mayor de cuatro hermanos seguido por Sinforiano, Alfredo y yo, la única niña en un hogar pletórico de amor y religiosidad.

Una casa donde mi mamá insistió en que los cuatro asistiésemos a colegios católicos y se sentaba a estudiar y hacer las tareas con todos nosotros todos los días. Donde el rezo del rosario, más que una obligación, era motivo de alegría y crecimiento espiritual. Esa vivencia religiosa dejó una huella indeleble en José Antonio que perduró hasta el mismo día de su muerte en que confesó y comulgo antes de ir a su cita con la inmortalidad.  Por lo demás, era un muchacho robusto, muy risueño y con unas mejillas siempre sonrosadas  que le ganaron el apelativo público de MANZANITA. Sin embargo, sus amigos íntimos en la Universidad de La Habana le decían invariablemente el GORDO.

Mi hermano nació y creció siempre con la verdad, y con un  idealismo que lo acompañó hasta el final de sus breves días en la Tierra. Fue bendecido por Dios con un gran carisma y nunca dejo de ser niño. Con su perdón  a los agravios supo estar siempre cerca de su Creador. Este es el Jose Antonio de la familia, de los amigos y de la vida. No es el Jose Antonio de la lucha armada que, para él, nunca fue una opción sino una necesidad para liberar a su patria de la opresión y lo demostró dando su vida a los pies de su querida Alma Mater a los 24 años de edad.

En 1950, Jose Antonio se graduó de Bachiller en el Instituto  de Cárdenas  y se traslada a la Habana para iniciar sus estudios de Arquitectura. Casi desde el principio su vida es catapultada al escenario público por su lucha contra la dictadura que llegó al poder por un golpe de estado seis meses después. Es elegido tres veces presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, forma parte de la gestión de la Sociedad de Amigos de la República y firma en México una declaración con el traidor que mas tarde se robó la revolución. Y en medio de esa frenética actividad, todavía encuentra tiempo para irse a Costa Rica a proteger la democracia encabezada por José Figueres frente a las amenazas totalitarias de Anastasio Somoza.

Su muerte dejó el camino abierto para que los enemigos de la libertad se apoderaran de nuestra Cuba, tiñó de dolor y luto a nuestra familia y destruyó las esperanzas de todos aquellos que vieron en mi hermano un abanderado de la justicia y de la democracia para nuestra patria. Quienes atesoramos su recuerdo y admiramos su entrega generosa a la causa de nuestra libertad nos hemos propuesto resaltar su ejemplo y mantener su legado con la creación de la Beca José Antonio Echeverría en la Universidad Internacional de la Florida. Para que su ejecutoria y la hermosa epopeya de su vida sirvan de inspiración y guía a las nuevas generaciones de cubanos que tendrán a su cargo la resurrección de la Cuba por la que han muerto y sufrido cárcel tantos millares de sus mejores hijos.