−26 de septiembre de 1815−

 

La Revolución Francesa significó el triunfo del liberalismo, de los derechos naturales del hombre, entre los cuales se hallaban la libertad de cultos y el rompimiento con el tradicionalismo político y religioso. La asunción de Napoleón Bonaparte como emperador, dejó de lado por un tiempo las ideas democráticas en aras a lograr la paz y la estabilidad política. Pero contra estas ideas de cambio y progreso, el pensamiento, y sobre todo, los intereses que acompañaban al absolutismo monárquico no lograron destruirse y aquellos a quienes el viejo sistema los dotaba de poder y privilegios, no deseaban renunciarlos tan fácilmente. La tradición, el orden, la espiritualidad religiosa, el poder supremo, el respeto a la autoridad por su condición de tal, y las creencias religiosas incuestionables, aparecieron otra vez como los valores supremos, tratando de desplazar los de libertad, igualdad, poder popular, libertad de cultos, espíritu crítico y resistencia a la opresión, surgidos de la Revolución Francesa.

En 1814 los monarcas europeos lograron derrotar a Napoleón, y los borbones, a través del reinado de Luis XVIII, pudieron reinstalarse en el poder de Francia. El gobierno de los Cien Días que logró restablecer Napoleón cuando en marzo de 1815 entró triunfante en Francia, fue efímero ya que terminó con la batalla de Waterloo, en el mes de junio.

Derrotado Napoleón, el triunfo de las monarquías los colocó en una posición políticamente fuerte, y decididos a recuperar el poder político y territorial perdido. Así cuatro potencias (Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia) se reunieron en el Congreso de Viena, en 1815, para volver la situación al estado anterior a la Revolución Francesa, como si ésta no hubiese sucedido, estableciendo el principio de la intervención por el cual, las monarquías se defenderían entre sí enviando sus fuerzas, para colaborar en la restauración de aquellos reyes, que fueran depuestos por las fuerzas liberales.

Por iniciativa del Zar Alejandro I, se conformó la Santa Alianza, de ideas ultra-conservadoras, en materia política y religiosa., el 26 de septiembre de 1815, integrada por Austria, gobernada por Francisco I, aunque la voz negociadora fue la de Metternich, quien planteó el tema del intervencionismo; Rusia, por el Zar Alejandro I, y Prusia, por Federico Guillermo III.
Casi simultáneamente a la Santa Alianza cuya finalidad era de sostenimiento político y religioso, se formó la Cuádruple Alianza, entre los tres países de la Santa Alianza e Inglaterra, interesada en la conservación de sus bases comerciales en el Mediterráneo, que había conseguido en el Congreso de Viena, pero que se oponía al intervencionismo. El objetivo que trataba, era a través de periódicas reuniones o congresos, resolver los temas conducentes a mantener una Europa monárquica pacífica.

El pensamiento conservador, clerical y ultra-monárquico de la Santa Alianza chocó con los partidarios de las nuevas ideas del poder del pueblo y de limitar el poder del rey, o excluirlo, y reemplazarlo por representantes populares democráticamente elegidos.

La Santa Alianza no pudo resistir al avance de estas ideas y debió soportar una serie de revoluciones, que minaron su propio seno, donde se sucedían los conflictos internos.

Las primeras revoluciones estallaron en España, entre 1820 y 1824, y fueron contra Fernando VII, en su intento de recuperar los territorios americanos emancipados. Luego de tres años de gobierno liberal, nuevamente los absolutistas triunfaron, apoyados por la Santa Alianza, que encargó la intervención de Francia, incorporada a partir de 1818, a través de la acción de los Cien Mil Hijos de San Luis, para este objetivo. Sin embargo, este ejemplo de revolución se propagó hacia Portugal, Nápoles (Italia) y Grecia, que logró independizarse del dominio turco.

La Santa Alianza terminó su vida en el año 1825, junto a la de su impulsor, el Zar Alejandro de Rusia.

Los segundos intentos de erradicar las monarquías tuvieron lugar en Francia, entre los años 1829 y 1834, que lograron deponer al rey Carlos III, estableciéndose una monarquía constitucional.

El tercer intento volvió a ocurrir en París, que logró restablecer la República en 1848 (La Segunda República) y logró extenderse con su ideología a la mayoría de los estados europeos.

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