--15 de enero de 1881—

Por Eduardo Arriagada Aljaro.

 

Corría el mes de enero de 1881, cuando tenía lugar la Guerra del Pacífico, cuyo teatro de combate se había trasladado a los alrededores de Lima, donde se desarrollaba la campaña del mismo nombre. Dentro de esta última y una vez terminada la batalla de Chorrillos, que ocurrió el día 13 de enero, el Ejército chileno durmió esa noche en las mismas posiciones que había conquistado. En la mañana del día 14, el Ministro de Guerra en Campaña, José Francisco Vergara hizo tentativas de paz enviando al coronel Iglesias al Cuartel General de Nicolás de Piérola, las cuales no fructificaron. En la tarde de ese mismo día, el cuerpo diplomático de Lima acudió al campamento peruano y al día siguiente sostuvo otra reunión en el Cuartel General chileno. Se convino en un armisticio que duraría hasta las doce de la noche.

Afuera, ambos ejércitos contendientes se encontraban separados por una distancia muy corta, lo cual, sumado a la desconfianza mutua, hacía inminente el inicio de un nuevo enfrentamiento. Finalmente, eso fue lo que sucedió, sorprendiendo tanto a los jefes militares chilenos como a sus pares peruanos.

El Ejército de Reserva peruano se hallaba apostado a lo largo de la línea de Miraflores; más exactamente se hallaba guarneciendo los fuertes de su retaguardia, mientras que el respectivo Ejército de Línea se hallaba detrás de las tapias delanteras. Este último se hallaba conformado por las tropas de los coroneles Dávila y Suárez que se habían retirado del campo de batalla de Chorrillos, más los demás soldados dispersos y la guarnición del Callao. El coronel Cáceres dirigía la derecha de la línea, mientras que su homólogo Suárez mandaba el centro, y el coronel Dávila la izquierda.

Por el lado chileno, la división del coronel Pedro Lagos estaba en las mejores condiciones para combatir, debido a que no había tomado mayor parte en la batalla de Chorrillos. En vista de esa situación, el general Manuel Baquedano la colocó en la vanguardia, junto con la artillería de campaña y la Reserva, conformado las tres la derecha de la línea chilena. Sin embargo, sólo algunos de los cuerpos de esta división se hallaban en sus puestos, mientras las otras divisiones chilenas estaban aun más lejos.

La batalla comenzó a las dos de la tarde del día 15 de enero, mientras buena parte de las tropas chilenas estaban descansando; esto dificultó la labor del coronel Pedro Lagos, quien debía contener a las tropas peruanas. La división de Pedro Lagos se encontró en serios aprietos y tuvo que soportar el mayor esfuerzo bélico durante esta batalla. En ese momento comenzó a actuar la Escuadra chilena, que desde las orillas del mar empezó a hacer fuego. El coronel peruano Cáceres trató de hacer un movimiento envolvente por ambos flancos de la línea chilena, con el fin de tomarla por la retaguardia. Los cuerpos chilenos hicieron un sacrificio indecible y Lagos envió en su apoyo a otras unidades de la Reserva chilena, lo cual fue muy oportuno, normalizándose de esta forma el combate; de hecho, los soldados peruanos debieron retirarse. Y antes de que estos últimos se reorganizaran, Lagos tomó la ofensiva y logró expulsarlos de la primera línea de tapias. Como continuaron resistiendo desde la segunda, Lagos envió al combate a otro cuerpo, de forma que todas las unidades chilenas volvieron a avanzar en forma simultánea.

En ese momento se incorporó al combate la división de Patricio Lynch, cuyos cuerpos se desplegaron en forma admirable. Una nueva embestida chilena abrió un claro en la extrema derecha del coronel Cáceres, quien quedó flanqueado. Piérola ordenó que su caballería entrara en acción, pero le salieron al encuentro los Carabineros de Yungay, lo que hizo que los primeros se retiraran.

Ya la batalla estaba ganada, debido a que la heroica resistencia sostenida por Lagos permitió que se reuniera la mayor parte del Ejército chileno. Sin embargo, las pérdidas de este último fueron elevadísimas: más de dos mil hombres entre muertos y heridos (lo que correspondía a más de la cuarta parte del total de combatientes). Entre los oficiales que perecieron en el combate se contaron el mayor Ramón Dardignac y el ex – comandante del Atacama, Juan Martínez.

Una vez terminada la batalla, en el día 16 de enero el general Baquedano exigió la rendición incondicional de la capital peruana, en la cual, debido a la ausencia de autoridades limeñas, se produjeron actos de saqueo y enfrentamientos, lo que había obligado a los extranjeros avecindados a organizar, el día 17 del mismo mes, una guardia de orden. Entonces se decidió que el alcalde pidiera a Baquedano la ocupación de Lima. Por otro lado, un panorama muy parecido se dio en el puerto del Callao. El comandante de esta última plaza hizo volar los fuertes existentes en ella en la mañana del día 17 de enero, mientras los buques peruanos fueron incendiados.

En la tarde del mismo día 17 de enero de 1881, las primeras tropas chilenas entraban a Lima desfilando por sus calles, mientras que el resto del Ejército chileno lo hizo en el día siguiente.(1)

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