Adolfo Pérez

 

No cabe duda que el profeta Moisés es una figura trascendental en la historia de Israel. Piedra angular sobre la que Dios (Yahvé) se apoyó para llevar a cabo sus tratos con el pueblo hebreo, los hijos de Israel. Él sacó a su pueblo de la opresión egipcia, recibió los mandamientos del Decálogo, condujo a los israelitas a la tierra prometida, a la que Yahvé no le permitió entrar; dictó a los suyos leyes religiosas y civiles por las que habían de regirse. Se cree que vivió entre los siglos XIV y XIII a. de C. Hijo de Amram y Yokébed, de la tribu de Leví. Se le atribuye la escritura de los cinco libros del Pentatéutico: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, lo que no parece que sea así, aunque sí es probable que fuera el autor de un opúsculo del Génesis.

Dice la Sagrada Escritura, libro del Génesis, que Abraham, con su esposa Sara, habitó la tierra de Canaán. Y Yahvé (Dios, el que es) hizo un pacto con Abraham diciéndole: ‘A tu descendencia he dado esta tierra desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates …’ Se trataba de la tierra conocida como Palestina, región situada entre Siria y el delta del Nilo; un pequeño territorio, de los que unos de sus habitantes, los semitas hebreos, lucharon con denuedo por mantener su creencia en Yahvé, su único Dios, dándose el hecho relevante de que aquel pueblo fue el elegido, del que nació Jesús de Nazaret. Da una idea la importancia histórica del pueblo hebreo. Ninguna mejor bibliografía que la Sagrada Escritura para darle forma a este artículo, sigámosla. Son bastantes los episodios que narra el Antiguo Testamento, que en el mejor de los casos cuesta creer, aunque los exégetas consideran verosímiles buena parte de ellos. Ejemplo: historia de José o el paso del mar Rojo que los exégetas atribuyen a la bajada de la marea, que creció al paso del ejército del faraón. Sí son históricos los personajes que los protagonizan.

Fue Abraham, patriarca del pueblo hebreo, el primero en propagar la creencia monoteísta, siendo Jehová su Dios. Según la Biblia, Dios (Yahvé) prometió a Abraham una posteridad tan numerosa como los granos de arena, mantenida en su letra y en su espíritu a lo largo de los siglos, ya que, a pesar de las divergencias existentes, cristianos, musulmanes y judíos creen en un solo Dios y tienen a Abraham como común antepasado. Él y sus descendientes eran pastores nómadas. Su hijo Isaac tuvo dos hijos, Esaú y Jacob. Éste recibió el nombre de Israel y desde entonces los hebreos se llamaron israelitas. Sus doce hijos fundaron las doce tribus de Israel, siendo José el hijo al que más quería por ser el de su ancianidad, y le hizo una túnica talar, lo que dio lugar a que sus hermanos lo odiaran, de tal manera era así que pensaron matarlo, pero al final lo vendieron a una caravana, mataron un macho cabrío y como se quedaron con la túnica de José la empaparon en la sangre del animal y se la llevaron al padre diciéndole que en un descuido lo había matado una fiera.

 

Entre tanto, José, que había sido llevado a Egipto por haberlo comprado Putifar, ministro del faraón, a los ismaelitas de la caravana, estaba protegido por Yahvé, que lo hizo prosperar de su mano. Al cabo de dos años soñó el faraón que estando en la orilla del rio vio ascender siete vacas hermosas y muy gordas, que se pusieron a pacer, pero he aquí que subieron siete vacas feas y muy flacas que se pusieron junto a las vacas hermosas y gordas, de manera que se las comieron, y el faraón se despertó. Más tarde soñó con siete espigas granadas y siete espigas flacas y quemadas por el viento, que devoraron a las hermosas. El faraón muy perturbado llamó a los adivinos y sabios de Egipto, pero ninguno de ellos supo interpretar los sueños. Sucedió entonces que el jefe de la guardia le habló al faraón del siervo José que les interpretaba sus sueños. Mandó el faraón que lo llevaran a su presencia y le contó lo que había soñado. José dijo al faraón: ‘El sueño del faraón es uno. Tanto las siete vacas hermosas como las siete espigas granadas representan los siete años de abundancia que habrá en toda la tierra de Egipto. Las siete vacas flacas y las espigas quemadas representan los siete años de hambre que le sucederán, siendo la escasez muy grande’. Entonces José aconsejó al faraón que pusiera al frente de tan complicada situación un hombre inteligente y sabio y nombrara intendentes para que recogieran y almacenaran la quinta parte de las abundantes cosechas de todo Egipto. ‘Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá, sólo por el trono seré mayor que tú’, así le dijo el faraón, que se quitó el anillo y se lo puso al joven José.

Se acabaron los siete años de abundancia y comenzaron los de la gran escasez, situación que supuso que acudieran a Egipto gentes de todas partes a comprar trigo, entre ellos los hermanos de José enviados por el padre, que al instante José los reconoció, pero ellos a él no, ni se dio a conocer. José ordenó que les llenaran los sacos de trigo y pusieran dentro de los sacos el dinero que habían pagado. Pasado un tiempo el padre nuevamente los envió a Egipto a por trigo. Esta vez José, sin poder contenerse, llorando se dio a conocer a sus hermanos, que quedaron aterrorizados ante él, pero José los perdonó y los envió a que contaran a su padre lo sucedido, besó a todos y los aprovisionó de todo lo necesario. Ante la alegría de José el faraón le dijo que viniera toda su familia a vivir a Egipto, que tendrían buenas tierras. Jacob aceptó la propuesta del faraón y tomando sus bienes se encaminó a Egipto llevando con él a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Habitó Israel (Jacob) en Egipto, en la tierra de Gosen. Los hijos de Israel crecieron y se multiplicaron, llegando a ser muchos y muy poderosos, y pasados los años llenaron aquella tierra.

Pero la subida al trono un nuevo rey de Egipto, que nada sabía de lo sucedido con José, dijo a su pueblo que los hijos de Israel eran más y más poderosos que los egipcios, que en un momento se podían alzar y adueñarse del reino, de modo que decidió poner fin a la situación ordenando que oprimiesen a los hebreos y les amargaran la vida, sometiéndolos a cruel servidumbre, obligándoles con toda crudeza a ejecutar todo lo que se les imponía. Como todo fue en vano, ordenó a las parteras hebreas que mataran a los varones que nacieran. Pero como las parteras no cumplieron la orden, el rey ordenó a los egipcios que arrojaran al río cuantos niños varones nacieran de los hebreos.

 

Un hombre de la casa de Leví tomó esposa, la cual parió un niño que al verlo tan hermoso lo tuvo ocultó durante tres meses. Pero al no poder tenerlo escondido más tiempo, tomó una pequeña cesta de papiro, la calafateó con betún y pez y poniendo en ella al niño la dejó entre las plantas de la ribera del río. La hermana del niño se quedó escondida para ver qué pasaba. Bajó la hija del faraón a bañarse y vio la cestilla entre las plantas y mandó que se la llevaran. Al abrirla vio al niño que lloraba. La hermana del niño se hizo ver y dijo a la hija del faraón que si quería ella iría a buscar entre las mujeres hebreas una nodriza para que lo criara y la hija del faraón aceptó. La joven llamó a la madre del niño, que lo amamantó y lo crio hasta llevárselo a la hija del faraón que le puso de nombre Moisés, venido de las aguas, con la que creció, se hizo mayor y se enteró de que era hebreo, razón por la que salía con frecuencia a ver a sus hermanos hebreos, siendo testigo de la opresión a que eran sometidos. Un día vio cómo un egipcio maltrataba a un hebreo y sin que nadie lo viera mató al egipcio y lo enterró en la arena. El faraón supo lo sucedido y mandó buscar a Moisés para darle muerte, pero éste huyó y se refugió en la tierra de Madián.

Estando Moisés sentado en el brocal de un pozo llegaron las siete hijas del sacerdote de Madián que iban a por agua para el ganado. Al tiempo llegaron unos pastores y las echaron de allí, pero Moisés salió en defensa de ellas; cuando las hijas contaron a su padre lo sucedido éste las envió a que trajera a Moisés a su tienda y le ofreció que se quedara. Moisés accedió y tomó por mujer a su hija Séfora, que parió un hijo al que llamaron Gerson. Cuando apacentaba el ganado cerca del monte de Dios, Horeb, se le apareció un ángel de Yahvé en forma de llama de fuego en medio de una zarza a la que se acercó, entonces Yahvé le llamó diciéndole: ‘¡Moisés!, ¡Moisés!’. ‘Aquí estoy’, respondió Moisés. Yahvé le dijo que no se acercara y que se quitara el calzado pues era tierra santa. ‘Yo soy el Dios de tus padres. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob’. Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios. Y Yahvé dijo: ‘He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído sus clamores. Ve, te envío al faraón para que saques a mi pueblo de allí’. Y Moisés contestó: ‘¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?’. Yahvé le aseguró que estaría con él y cuando su pueblo fuera libre deberían acudir al monte santo a darle culto. Y Yahvé continuó aclarándole a Moisés las dudas que tenía. Y le dijo ‘YO SOY EL QUE SOY’, y así se lo dirás a los hijos de Israel: YO SOY el que me envía a vosotros.

Moisés pidió permiso a su suegro para marchar a Egipto. Tomó a su mujer y a su hijo y volvió a Egipto llevando en su mano el cayado de pastor. Yahvé le indicó que se uniera a su hermano Arón para llevar a cabo la misión, se reunieron en el monte de Dios, se besaron y marcharon a ver al faraón al que dijeron que Yahvé pedía que dejara libre a su pueblo. El faraón les contestó que no conocía a Yahvé y le aseguró que no dejaría ir a Israel. Entonces Moisés, por indicación de Yahvé, arrojó al suelo su cayado que en seguida se convirtió en serpiente, pero a una señal del faraón lo mismo hicieron sus magos, que arrojados al suelo sus báculos también se convirtieron en serpientes. Con el corazón más endurecido, el faraón ordenó aumentar la opresión sobre los hebreos y mandó que les quitaran la paja para hacer el mismo número de ladrillos. Mientras, Moisés tenía frecuentes diálogos con Yahvé. De nuevo volvió Moisés a pedirle al faraón la libertad de su pueblo. Ante la negativa advirtió al faraón de que tocaría con su cayado las aguas del río que se convertirían en sangre y morirían sus peces; Aarón tomó el cayado y con la mano extendida las aguas de Egipto se convirtieron en sangre. Pero los magos hicieron otro tanto.

 

Pasaron siete días Moisés se presentó ante el faraón para pedirle la libertad de su pueblo; de nuevo el faraón se negó, entonces Moisés le amenazó con el castigo de llenar de ranas toda la tierra. Aarón extendió su mano y de todas las aguas salieron ranas que llenaron Egipto. A la vista de la plaga el faraón pidió a Moisés que alejara las ranas y dejaría ir a los hebreos a hacerle sacrificios a Yahvé; Moisés retiró las ranas, pero el faraón no sólo no cumplió su promesa, sino que endureció su corazón. Yahvé dijo a Moisés que Aarón golpeara con su cayado el polvo de la tierra y al instante todo el polvo de la tierra se convirtió en mosquitos, pero ya los magos no pudieron hacer otro tanto. El faraón se endureció aún más. Una nueva negativa a Moisés le supuso al faraón una cuarta plaga, esta vez una invasión de tábanos contra él, contra sus servidores y contra su pueblo, llenándose las casas de tales insectos. Nuevamente el faraón prometió a Moisés dejar ir libre a su pueblo si acababa con los tábanos, cosa que hizo Moisés, lo que dio lugar a que el corazón del faraón se endureciera más. Y a la contumaz negativa del faraón siguieron las plagas hasta llegar a diez: 5ª plaga: Peste mortífera sobre todos los animales domésticos de los egipcios. 6ª plaga: Tirando Moisés ceniza al aire, sobre toda la tierra de Egipto le salieron a personas y animales pústulas eruptivas y tumores. 7ª plaga: Moisés extendió su cayado y sobre todo Egipto se cernió una impresionante tormenta de truenos y granizo. En la 8ª plaga sucedió que Yahvé dijo a Moisés que extendiera su cayado y por todo el territorio de Egipto se posó una plaga de langosta que lo devoró todo. 9ª plaga: Dijo Yahvé a Moisés que levantara su mano hacia el cielo, de modo que la tierra de Egipto se oscureció en tinieblas sin que las personas se vieran entre ellas. Y por último, la 10ª plaga: Moisés dijo que en medio de la noche sucedería que en la tierra de Egipto morirían todos los hijos primogénitos, desde el primogénito del faraón hasta el de la última esclava, y todos los primogénitos de los animales. Y así sucedió, perecieron todos los primogénitos de los egipcios, de manera que los egipcios apremiaron a los hebreos a que se marcharan por miedo a morir todos, y los hijos de Israel salieron de Egipto en número de unos seiscientos mil, llevando todas sus pertenencias. Habían permanecido en Egipto cuatrocientos treinta años. Delante de ellos iba Yahvé en forma de nube que los guiaba de día. Por la noche los alumbraba con una columna de fuego. Durante la marcha Moisés dialogaba con Yahvé que lo instruía. (Explican los exégetas que las plagas en sus diversas manifestaciones, responden a fenómenos atmosféricos del valle del Nilo, aunque no es descartable la intervención de la providencia divina).

Cuando el faraón dejó salir al pueblo, Yahvé le hizo rodear por el camino del desierto, hacia el mar Rojo. Moisés había recogido los huesos de José para llevarlos a la tierra prometida. Llegados al mar Rojo pasaron por en medio del mar a pie enjuto. En su persecución entraron en el mar los caballos del faraón, sus carros y sus caballeros, y volvió Yahvé sobre ellos las aguas del mar. En el tercer mes después de la salida de los israelitas de Egipto llegaron al desierto del Sinaí donde acamparon. Subió Moisés al monte y acercándose a la nube donde estaba Dios, oyó a Yahvé, que habló así: ‘Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre’. Y en medio de truenos, sonido de trompetas, con la llama ardiente y la montaña humeante, uno a uno fue citando los mandamientos del decálogo: ‘No tendrás más Dios que a mí. No tomarás el nombre de Dios en falso. Guarda el sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre. No matarás. No adulterarás. No robarás. No dirás falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, ni desearás sus bienes, ni nada de cuanto le pertenece’. El pueblo, al que Yahvé había prohibido subir al monte, desde lejos, abrumado y lleno de pavor, contemplaba el deslumbrante espectáculo que se le ofrecía, y cuando Moisés bajó los tranquilizó. Dijo Yahvé a Moisés que subiera al monte Sinaí que allí le daría unas tablas de piedra, que era la ley y los mandamientos que había escrito para su instrucción. Subió Moisés a la montaña y la nube le cubrió durante seis días, al séptimo lo llamó Yahvé, entonces Moisés penetró en la nube, quedando allí cuarenta días y cuarenta noches. Yahvé le dio el mandato de construir el tabernáculo y el arca que contendría la alianza. Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar, le pidió a Aarón que le hiciera un dios que vaya delante de nosotros porque de Moisés nada sabemos de él. Aarón accedió a la petición y con los anillos de oro y pendientes que llevaban las mujeres, con un molde hizo un becerro fundido. Aarón alzó un altar ante la imagen y dijo que al día siguiente habría una fiesta. Yahvé mandó bajar a Moisés, diciéndole que el pueblo se había desviado, que era de dura cerviz. Bajó Moisés de la montaña, llevando en sus manos dos tablas donde estaba grabado el Decálogo, que era el testimonio de Dios, En la bajada del monte Moisés oyó la algazara del pueblo y cuando vio el becerro montó en cólera, tiró las tablas y las rompió. Quemó el becerro y lo redujo a ceniza, que mezclado con agua se la hizo beber a los hijos de Israel. Moisés pidió cuenta a Aarón de lo sucedido, que respondió diciendo cuán inclinado era ese pueblo al mal. Moisés, viendo que el pueblo estaba sin freno gritó: ‘¡A mí los de Yahvé!’. Todos los hijos de Leví acudieron. Entonces les mandó matar a los desafectos, de los que murieron unos tres mil. Otra vez subió al Sinaí con dos tablas talladas para que Yahvé les inscribiera el Decálogo.

Habló Yahvé a Moisés y le dijo que se dirigiera con su pueblo a la tierra prometida a Abraham. Se alzó la nube y el pueblo de Israel se puso en marcha por etapas, pueblo al que, por incrédulo y rebelde, Yahvé lo castigó durante cuarenta años vagando por el desierto en un gran rodeo para llegar a Canaán, la tierra prometida, alimentándose del maná, un alimento que les caía del cielo; castigada además aquella generación, excepto los más jóvenes, a entrar en la tierra prometida. En la sufrida marcha la muchedumbre se quejaba de todo. Cuando tuvieron sed murmuraban de Moisés y entonces Yahvé le dijo que hablara a una roca, pero Moisés no lo hizo y golpeó la roca dos veces haciendo manar agua de la que bebieron todos. Tal desobediencia de Moisés disgustó a Yahvé que lo castigó a no entrar en la tierra prometida.

Durante esos años Moisés, en continuo diálogo con Yahvé se dedicó en dotar a su pueblo de leyes civiles y religiosas por las que deberían regirse, leyes en las que se detalla todo lo referido a la fe, al culto divino, a las festividades y a los modos de vida de los israelitas, que pormenoriza el Antiguo Testamento, cuyos textos bíblicos gusta leer. Como por estar castigado por Yahvé Moisés no entraría en la tierra prometida y además era muy mayor, recibió el mandato de Yahvé para que eligiera a Josué, hijo de Nun, como guía y caudillo del pueblo, le impusiera su mano y lo presentara a la asamblea cediéndole en su presencia parte de su autoridad.

Y Yahvé dijo a Moisés: ‘Sube a ese monte de Abarim y mira desde ahí la tierra de Canaán, que voy a dar en posesión a los hijos de Israel, y muere en ese monte al que vas a subir’. ‘Pecaste contra mí y no santificaste mi nombre delante de los hijos de Israel’. ‘Tú verás ante ti la tierra, pero no entrarás en esa tierra que doy a los hijos de Israel’ Nunca se supo cuándo murió Moisés, ni dónde está enterrado, pero sí dejó una huella indeleble en los hijos de Israel a lo largo de los siglos. Guiados por Josué, los israelitas atravesaron el Jordán y se lanzaron a la conquista de Canaán.

http://www.almeriahoy.com/2021/07/moises-gran-profeta-del-pueblo-de-israel.html